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26 sept 2010

Simiente de amor

Bienaventurada yo, que amo a ese hombre;
afortunadas mis retinas, que grabaron su mirada;
bendita mi alma, aunque hoy esté pobre,
echándolo de menos cada mañana.

Despojado de ropas, toqué su cuerpo;
tenaz sentencié que era linda su cara.
De este hombre también yo recuerdo,
sencilla y pura, la desnudez de su alma.

Conservo la imagen de sus días tristes
y cómo su pena me hería y quebraba,
y guardo en mí los dulces matices
de todas las sonrisas que me obsequiaba.

Sé lo que silencia el café de sus ojos
cuando su semblante convierte en coraza;
podría rendirme a sus antojos
sin cuestionarle o pedirle a cambio nada.

Juegos de a dos, secretas cabañas,
era yo su vedette de las danzas.
Piel y carne, corazón y entrañas
canto y risa, silencio y palabras.

Simiente de amor perpetuo, de profunda adoración,
desear sus caricias no me hunde en nostalgia,
pues el mismo anhelo revive la virtuosa pasión,
aunque hoy parezca eterna la distancia.

Parte de él atesoro en mi cuerpo
y él en su sangre también me carga;
nadie nos quita lo que es sólo nuestro:
dos almas unidas, hermano y hermana.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com