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21 feb 2011

Cambalache siglo XXI (Con ánimo de tango)

Recuerdo tu nombre, tus labios, tus ojos
y siento el perfume dulce de tu piel,
y por la noche solo abrazo la almohada
pensando que estamos juntos otra vez.

Recuerdo el murmullo de arroyos pequeños
y el eco constante del agua del mar.
Las noches fogosas, sin calma, sin sueño,
cuando te adoctrinaba en el arte de amar.

No puedo olvidarte, por más que lo intente,
porque en el silencio percibo tu voz
y en la oscuridad creo que puedo verte
femenina y frágil, tal cual eras vos.

Yo era tu hombre, tu dueño, tu amante,
y vos te entregabas con tanta pasión.
En sábanas blancas amor me juraste
y con esa promesa perdí la razón.

Mujer de mi vida, en mis noches en vela
recuerdo tus labios, tus senos, tu piel,
mi tosca mano recorriendo tus piernas
y cada segundo que me amaste y te amé.

Mujer de mi vida, ¿cuándo has decidido
dejar tu fragancia Coco Chanel?
Creí que sólo te habías confundido
untando tu cuello con Kenzo for men.

Cómo me engañaste con todo tu encanto;
de mí conseguiste la luna y el sol.
Estoy en la vía, curado de espanto,
te fuiste con otra, qué te reparió.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

10 feb 2011

Silencio de mar

        “Aún las aguas del más pacífico de los océanos murmuran, cantan o hasta gritan enfurecidas. Pero existe un momento, un segundo en miles de segundos, en que se puede escuchar el silencio del mar".

        Está muda ante la sinfonía de las olas que se arman a la distancia y se desintegran en la orilla, contra grises rocas, colmando de agua cálida unas gargantas abiertas hacia el infinito, a las que él llama “pocitos”.
        Se sientan sobre las piedras. Él sumerge los pies en las aguas cristalinas y se atreve a rozar los de ella, como en un juego de niños.
        Él habla. Ella escucha con atención, saboreando las palabras que se abren paso acariciando la arena tibia, al tiempo que se esfuerza por descubrir los pensamientos que él no da a luz.
        Él habla. Ella sueña embelesada por la grandeza y el misterio oculto en la eternidad del mar. Se siente tan pequeña y tan feliz; tan frágil y nostálgica. La emoción brota de sus ojos por una senda de cristales salinos que descienden hasta escurrirse entre sus labios. ¿Y qué son esas lágrimas sino el humilde reflejo del milagro del océano?
        Él calla y ella toma su mano, aferrándose a ese momento de paz, anhelando que nunca acabe.
        Entre el azul celeste y el azul marino, la entremetida línea del horizonte parece colocada a propósito para impedir que cielo y mar se abracen. Ella imagina que es mar, y a él lo imagina cielo. Y, entre ambos, una curva invisible les pone límite, separándolos, evitando la unión del agua y el infinito.
        Ella desea ser su mar y él, sin duda, es su cielo. Intenta comprender sus sueños. Quiere ahondar en la profundidad de su mente, tanto como en las recónditas esquinas de su corazón. Hasta que descubre en su rostro una mirada diferente. Sus ojos brillan con un resplandor extraño y ya no son oscuros, pues han absorbido la mágica claridad del paraíso que los rodea.
        Olas, arena, cielo, son testigos de los insondables sentimientos que ella atesora en su corazón exaltado. Espera ansiosa que el mar se silencie un segundo para decirle cuánto lo quiere. Pero el gigante misterioso sigue bramando y se traga sus palabras, temerosa de quebrar con su voz el encanto de ese instante de dicha. Elige callar, guardando en su memoria cada una de las sensaciones que embriagan su cuerpo, y permanecer muda ante la sinfonía de las olas que se arman y desintegran en el fondo de su alma.

Por: Zulema Aimar Caballero