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22 nov 2011

Instrumentos de Dios

Llegan un día, aparentemente por casualidad.
Sin pedir permiso, se instalan en una vida que no les pertenece.
Por curiosidad o por compasión, llenan espacios vacíos, pintan sonrisas que borran penas, enjugan lágrimas, callan para escuchar, hablan para aconsejar.
Toman en sus manos trozos de vida desordenada y se esmeran por encajarlos correctamente, como si fueran piezas de un rompecabezas.
Navegan con seguridad rescatando náufragos de la vida, calman tormentas ajenas y dibujan arcoíris en los cielos más grises.
Tienen siempre a mano un beso, un abrazo o un chocolate que disipa el sabor amargo de malos momentos.
Dan, aunque no siempre reciban, y emplean miradas afectuosas para expresar el cariño que no se permiten gritar.
Como por arte de magia, acercan tierras que quedaron lejanas y reúnen familias que se extrañan.
Devuelven la fe y siembran esperanza en corazones quebrados.
Son esas personas de las que uno se enamora y gracias a las que uno siente que continúa enamorado de la vida.
Son personas que dejan huellas. Personas que llegaron un día, aparentemente por casualidad, pero en realidad fueron puestas en el camino según un plan diseñado para que puedan obrar milagros.
Son, verdaderamente, instrumentos de Dios, ángeles sin alas… sencillamente, amigos.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com