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Todos los textos publicados en este blog son propiedad de Zulema Aimar Caballero. Prohibida su distribución y/o publicación sin la autorización correspondiente.

18 dic 2012

Cuando puedo tomar tu mano

Es tan hermosa la vida cuando puedo tomar tu mano,
cuando nada más existe en este universo complicado.
Y en tus ojos veo soles y estrellas que han anidado
para parir ese resplandor que tanto me ha fascinado.

A veces tímidamente me acurruco en tu regazo
o, desnuda de timidez, otras veces te arrebato
lo que quieras ofrecerme, lo que puedas ir sembrando…
tu ternura, una caricia, un beso secreto, un abrazo.

Es tanto lo que te quiero, que quiero vivir soñando
y despertar únicamente si abro los ojos a tu lado.
Y dejar que tú me cuides como yo te estoy cuidando…
Es tan hermosa la vida cuando puedo besar tu mano.

La alegría es más alegría y otro sabor tiene el llanto,
pues no existe soledad ni dolor que duela tanto,
el alma se regocija, el cuerpo está vivo y sano
cuando tú estás conmigo, sosteniendo mi mano.

Si Dios me diera valor para decir lo que estoy pensando
y pudiera detenerte cuando te estés alejando,
me acercaría a tu oído y te abrazaría confesando:
es tanto lo que te quiero... creo que te estoy amando.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

22 nov 2012

El mismo idioma... con otro acento

               Probablemente, esta señora rondaba los sesenta años y llevaba más de cuarenta viviendo en Argentina. Para conversar con ella, realmente uno debía prepararse en cuerpo y alma: afilar los oídos y armarse de santa paciencia.
                ¡Cuarenta años fuera de su tierra, Italia, y no solamente conservaba intacto su acento italiano, sino que a veces había que traducir frases enteras al castellano a fin de entender qué quería contar!
                Escuché a muchas personas decir: “Esta tana lleva toda la vida aquí y todavía no aprendió a hablar”. Esta y otras sentencias por el estilo son comunes al referirse a extranjeros en las mismas condiciones que la señora en cuestión, sobre todo si se trata de italianos o españoles.
                Muchas veces sonreí ante alguna broma que alguien les hacía. Y, si bien no me expresaba de la misma manera, interiormente en ocasiones les daba la razón.
                Y sí; la tana estaba viviendo en mi país, comiendo de mi país, educando a sus hijos en mi país… lo mínimo que podía hacer era “aprender a hablar”. Un pensamiento por demás egoísta, ya que también trabajaba de sol a sol, pagaba sus impuestos –tal vez con mayor regularidad que cualquier nativo–, posiblemente en alguna oportunidad había sido víctima de un robo e incluso timada por la viveza de algún argentino.
                Con el tiempo, uno madura, o al menos va acercándose a ese estado de perfección que es la madurez, en el que se desarrollan virtudes como la paciencia, la prudencia, la generosidad, la tolerancia, la caridad. Y uno aprende a ver las cosas con otras lentes, a observar con más atención, a ponerse en el lugar del otro, a escuchar diferentes campanas, a imaginar qué circunstancias de la vida llevaron a una persona a abandonar todo lo que amaba. En fin, uno aprende a respetar, valorar y aceptar.
                Con el tiempo, la vida me enseñó que, tal vez, lo que aquella mujer italiana padecía no era incapacidad de aprender a expresarse con otro lenguaje, sino la incapacidad de perder totalmente su identidad. Quizás, en el complejo proceso de aculturación, su nombre y su acento eran las únicas cosas de las que no estaba dispuesta a despojarse.
                Pero eso lo enseña la vida y depende de cada persona. A nadie se le puede exigir que conserve su acento como tampoco que lo cambie. En mi caso, parece que no lo perderé y sé que no sería auténtica si me programara para hablar de una manera diferente a la propia solo para ser aceptada o para sentirme incluida. Sería vivir en medio de una ficción, tanto para mí como para los que me rodeen.
Para los sentimientos más bajos y los más sublimes, pasando por la amplia gama que hay entre ellos, el acento no tiene importancia alguna.
Familiarmente, a un amigo le diría: “Aunque mi tono y algunas expresiones sean diferentes a las tuyas, ¿no sentís que soy sincera cuando te digo que te quiero, cuando te saludo, cuando discutimos o me hacés reír?”
Y sí. Corro el riesgo de ser excluida. Más allá de las bromas que puedan hacerme; más allá incluso de las burlas. A un amigo le diría: “¿También me excluirás, sin importar que para vos soy valiosa?”
Él respondería con una negación rotunda. Y entonces le refutaría: “Uno de mis mayores placeres es escucharte. Otro, poder responderte, contarte cosas. Ahora bien, ¿no te das cuenta de que cada vez hablo menos? Tal vez un día deje de existir el diálogo entre nosotros. Correré también, entonces, el riesgo de quedar muda ante tu monólogo. Y me sentiré muy triste. No por mí, sino por vos. Habrás perdido la oportunidad de conversar con tu amiga, de escuchar todo lo que tengo para decirte, y harás un esfuerzo terrible por no olvidar mi voz”.

Por: Zulema Aimar Caballero
 

4 oct 2012

Búscame para quererte

Tan solo una noche más
para anidar en tu pecho.
No importa cuál sea el lecho,
tan solo una noche más.

Solo un minuto de amor
que encienda un fuego eterno
y a este terrible invierno
de mi alma le dé calor.

Cuando tus labios acosen
cabellos, ojos, mejilla
y al llegar hasta la orilla
de mi cintura se posen

y embriaguen con dulce aliento
cada rincón de mi cuerpo,
que sin ti es material muerto
y vive cuando te siento.

Tan solo una noche más
porque temo que te alejes.
Necesito que te quedes
tan solo una noche más.

Porque quiero acariciarte
antes de la despedida.
Mañana será otra vida,
quizás tarde para amarte.

Si el deseo no es inerte
y tu espíritu es audaz,
tan solo una noche más
búscame para quererte.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

31 ago 2012

Carta a un amigo invisible IV

    Hola, mi queridísimo amigo.
    Como de costumbre en este último tiempo, te pido disculpas por demorar tanto en responderte. Ya sabés que no te olvido; ya sabés que en cada buen momento que me toca vivir, estás presente por el solo hecho de que mi deseo de que estés cerca es poderoso. Y en cada momento desagradable, también te nombro, te busco, te siento, y añoro tu presencia, tus palabras reconfortantes, tus caricias desinteresadas y ese abrazo con el que lográs mantenerme viva.
    Esta vez no voy a contarte mucho sobre Perú. Más bien la protagonista es mi amada Argentina –que ya no llora por nadie, ni por mí, ni por vos, ni por los que se fueron, ni por los que aún están–. La Argentina llora por ella misma y nadie toma la iniciativa de enjugar sus lágrimas.
    Estuve en Buenos Aires. Voy a terminar dándote la razón y creer vanidosamente que la única reina del Plata soy yo.
    A Buenos Aires se le cayó la corona hace tiempo y, al igual que las lágrimas de toda la República, nadie se agacha para levantarla y colocarla en su lugar. Y sí… la gente tiene miedo de agacharse.
    La ciudad –la capital– todavía zafa. Hay indicios que hablan de un gobierno de la ciudad relativamente bueno, aun cuando la presidente se desvive por ponerle palos en las ruedas. Pero la provincia es otra cosa. Violencia, inseguridad, abandono.
     No salí de Buenos Aires, así que no puedo hablarte con mis retinas sobre el resto del país. Pero no hace falta. Nadie puede escapar al bombardeo informativo en el siglo XXI, por lo que pude enterarme al segundo de todo lo que ocurría en otros lares. Te lo sintetizo: el país de las maravillas existe sólo para Alicia. Ah, por si no te queda claro: Alicia no vive en Argentina.
    Bueno. Después de este panorama que acabo de resumir, y antes de que te deprimas voy a contarte algo gracioso.
    Decidida a tomar mi avión con conexión en Santiago de Chile, llegué al aeropuerto de Lima. ¡A horario! Sí, no te burles de los giles que todavía respetamos la puntualidad. Con las tres horas de anticipación para cumplimentar todos los trámites con tranquilidad y para que en ningún momento me dijeran que debía presentarme más temprano.
    Al despachar mis maletas –dos, livianitas, porque mi equipaje era realmente el indispensable para cinco días– pregunté si las valijas irían directamente a Buenos Aires. La señorita de LAN que me atendía, amablemente respondió que sí; que yo debía despreocuparme por el equipaje de la bodega, porque la empresa se encargaba de sacarlo de un avión y cargarlo cuidadosamente en otro. Entonces pregunté: “¿Seguro que van a estar las dos valijas en Buenos Aires, no?”
    Creo que ahí comenzó todo. Tengo una amiga que diría: “Vos lo decretaste”. Me despedí de la amable señorita del “counter” –¡qué loco!, ¿no?, en unos años el mostrador de atención al cliente se transformó en un “counter” –, me dio mi “boarding pass” y me indicó la “gate” de embarque.
    Cafecito de por medio e inseparables como las Tres Marías –viajé con mis hijas–, llegamos a la cinta para escanear el equipaje de mano. No sé qué pasaba esa mañana, pero nos desnudaron. Me hicieron quitar hasta el tatuaje.
    De allí, directo a Migraciones; todo bien, sin problemas, y a esperar a la sala de embarque. Vuelo agradable, descenso en Santiago, otra vez el escáner, la espera de dos horas y el avión hacia mi Buenos Aires querido.
    ¡Aterrizamos, por fin! Hay algo que nunca voy a entender –entre otras muchas cosas que tampoco voy a entender– y es por qué, cuando el avión aterriza y la azafata dice por micrófono y en dos idiomas que nadie se desabroche el cinturón hasta que se dé la indicación apropiada, todos se desabrochan el cinturón, se levantan, buscan sus pertenencias en el maletero y se quedan esperando parados en el pasillo como si así fueran a llegar más rápido.
    Bueno, como sea. Bajamos del avión y caminamos hasta Migraciones. Todo bien, salvo que este temita de la modernización me hizo sentir como si la policía federal estuviera fichándome por un delito. Paradas frente a la cámara, nos tomaron una foto en la que pueden ver hasta las pestañas florecidas; la impresión digital del pulgar derecho y… ¡uf! por fin, sólo quedaba pasar por la Aduana.
    Pero, antes de eso, había que recoger el equipaje, o sea, mis dos maletas despachadas en Lima, que llegarían sanas y salvas a destino. Fui a esperarlas. Una valija. ¡Sí! ¡Una valija! ¡Una sola valija!
    Con el cansancio del viaje y las ganas de abrazar a mi familia tratando de abrirse paso por mis venas, fui a presentar mi reclamo. Muy gentil, una señorita tomó mis datos y me explicó el procedimiento: Buenos Aires pregunta a Santiago. Dependiendo de la respuesta de Santiago, Buenos Aires pregunta a Lima. Dependiendo de la respuesta de Lima, Buenos Aires me comenta qué rayos ocurrió con mi maleta. Entre las posibilidades, se encontraban: que en vez de despacharla a Aeroparque, la hubieran despachado a Ezeiza; que “se encontrara perdida” en Santiago; que nunca hubiera salido de Santiago; que “se encontrara perdida” en Lima, con lo cual nunca habría salido de Lima; que no se encontrara jamás, ni siquiera perdida; que otro pasajero la hubiera tomado prestada; que la hubiera tomado prestada algún empleado de alguno de los aeropuertos; que la hubieran arrojado a la pista con el cariño que suelen tratar las maletas los empleados que las cargan y descargan de la bodega del avión; en ese caso podría haber sido aplastada como una cucaracha por algún vehículo del aeropuerto. En fin, las alternativas eran muchas.
    Después de dos días pensando dónde habrían ido a parar mi ropa interior, el secador de cabello y algunos obsequios que había comprado para mi familia, me comunicaron que la maleta estaba en Santiago.
    Con el candado cortado y algunos faltantes, finalmente me devolvieron la maleta. Comenzó entonces el reclamo por los faltantes. Sin respuesta inmediata, antes de abordar el avión de vuelta a Lima, fui al sector de control de equipaje de Aeroparque, en Buenos Aires.
    Allí, me dieron la noticia de que habían decidido otorgarme una indemnización de 600 pesos argentinos. Como a veces siento que ya no tengo fuerzas para continuar con reclamos, pensé: “más vale pájaro en mano”, y acepté. Absolutamente convencida de que la respuesta sería “no”, le pregunté al empleado de LAN si me darían dólares, porque en Lima los pesos no me servirían. Fue a consultar y le dijeron que “no había dólares en el aeropuerto”.
    “¿Cómo que no hay dólares –ojo, 129 dólares– en el aeropuerto?”
    “Usted sabrá que en este momento en la Argentina hay unos problemitas con los dólares” –me respondió–.
    “Algunos problemitas”. Entre esos problemitas hay un dólar oficial a 4.64 que no existe, salvo que quieras conseguir pesos, en ese caso el dólar oficial te lo llevan a 4.40, un dólar paralelo a 5.50, uno perpendicular a 6 y uno oblicuo a 6.50, entre otros. En fin, “algunos problemitas”. Y muy cálidamente me aconsejó llegar a Lima y cobrar el equivalente en soles.
    Eso hice. Bajé del avión. Recogí mis maletas y fui a cobrar. A esa hora, todas las oficinas cerradas. Así que no cobré.
    Al día siguiente, llamé por teléfono. La persona que me atendió me explicó que Buenos Aires no había informado sobre mi caso, y que Lima no podía intervenir. “Lo que sucede es que usted hizo el reclamo en Buenos Aires”.
    “¿Y dónde quería que reclamara, si mi destino era Buenos Aires y las maletas debían llegar conmigo?”
    Bueno, amigo. El caso aún sigue sin resolverse. Cuando tenga noticias, te cuento cómo terminó esta aventura.
    Verás que me hiciste escribir demasiado. Voy a guardar energía para mi próxima misiva, en la que espero contarte aventuras de otro tipo. Por el momento, quiero que sepas que te doy la razón en una infinidad de cosas sobre lo que pensás de las mujeres. Pero, conociendo tu sentido común y espíritu crítico, quisiera que me dieras una pista acerca de qué les pasa hoy a los hombres.
    Te dejo la pelota picando, porque si entro a contarte ahora de decepciones y desencantos, voy a pasar la noche en vela.
    Escribime pronto.
    Te quiero mucho.
    Tu amiga del alma.
 
Por: Zulema Aimar Caballero
 

1 ago 2012

"Noche limeña" (Paráfrasis de "Melodía de arrabal", de Alfredo Le Pera y Mario Battistella. Iniciá el reproductor si querés acompañar el poema con la música de Carlos Gardel)



Noche bañada de rocío
opacás las luciérnagas
en medio del estío.
Por la calle bulliciosa
de esta Lima tan hermosa
pasan bien abrazados,
presos de su pasión,
un joven enamorado
y la muchacha que lo prendó.


Lima, Lima…
que tenés entre tus luces
la historia sentimental
del que habita,
del que llega, está de paso
y el que no quiere zarpar.
Si Chabuca
despertara de su sueño
gozaría caminar
sobre alfombra de jazmines,
llevada por querubines,
de la alameda hasta el mar.


Noche, que me negás la luna,
tu negro terciopelo
realza la hermosura
de tus calles y tus plazas,
de balcones y terrazas.
Y, con estampa fina
y aire de ganador,
espera en una esquina
algún limeño piropeador.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

16 jul 2012

A Manuel

Desde el centro de la plaza,
sobre un banco de madera,
en el frío anochecer,
como espectros del destino
se cruzan en su camino
los retratos que la vida
no puede esconder.
 
Detiene su pensamiento
solamente en el instante
en que empiezan a volar
las decenas de palomas
que, aturdidas por campanas,
salen locas, disparadas,
a buscar otro lugar.
 
Y al volver en sí es testigo
de los besos que un amante
le propina a su mujer.
Y, justo frente a sus ojos,
une sus manos añejas
una anciana pareja
que no quiere envejecer.

A su lado llega un niño,
uno de tantos, sin sueños;
tal vez se llame Manuel.
Estira su mano helada
y renegrida de olvido,
y en su rostro muestra alivio
ante una mirada fiel.
 
Ella toma su manita,
le regala una caricia
y lo invita a comer.
Él acepta temeroso,
pues su rudo proxeneta
le pasará la boleta
antes del amanecer.
 
Atraviesan la gran plaza,
esos dos desconocidos,
sólo para encontrar
algo que los reconforte:
el niño, algo de comida
y ella, testigo de la vida,
otro retrato más.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

16 jun 2012

Nunca me digas adiós

Nunca me digas “adiós”,
sólo decime “hasta luego”;
que no parezca que te vas
aunque en verdad te estés yendo;
que no lo sienta una despedida
pues, de pensarlo, da miedo.
¿No ves que me trago las lágrimas
porque te vas y sola me quedo?
¿No ves que es difícil desprenderme
cuando tu mano rozó mi cuerpo?

Nunca me digas “después”,
si es “ahora” el momento.
Aunque pasen los segundos,
si me querés, siempre habrá tiempo.
Si me abrazás nada es dudoso;
Si me besás, nada es incierto.
¿No ves que ya no puedo vivir
si no me envuelve tu aliento?
¿No ves qué difícil es
esconder esto que siento?

Nunca me digas “mañana”,
si decirme “hoy” es perfecto.
Veinticuatro horas es demasiado;
mucho tiempo que te pierdo.
¿No ves que es como arena
que se pierde en el desierto?
¿No ves que es como lluvia
que alimenta mares muertos?

Nunca me digas “mañana”,
si “hoy” es perfecto.
Nunca me digas “después”,
si “ahora” es el momento.
Nunca me digas “adiós”,
sólo decime “hasta luego”.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

30 abr 2012

Luna

Curiosa luna que tras la tosca colina
pasas la noche en vela, fiel vigía del río,
custodiando sus piedras y su andar bravío
que cubre con espuma el agua cristalina.

Brillante luna vestida de esplendor blanco,
novia casta del cielo que la noche engalana,
no dejes que el sol dorado de la mañana
robe al dulce río su misterio y su canto.

Luna del viajero, del amor, luna atrevida,
ante ti se postran amores hechizados,
y ardientes sus cuerpos, desnudos y abrazados
recitan con el alma una oda a la vida.

Luna que reposas pacífica y quieta
y al despuntar el alba juegas escondidas,
mientras se despabilan las aves dormidas
y engendras los versos de un loco poeta.

Luna que te meces sobre ramas de sauces,
no permitas que la luz del día derrita
la intensa pasión que en el aire palpita
cuando llega a su fin larga noche de amantes.

Luna de azúcar y de cómplice sonrisa
luna de los cielos de las lunas de miel
besa mis ojos y acaricia mi piel
y haz que esta noche no acabe de prisa.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com


12 abr 2012

Nocturno

Durante días preparó su corazón para recibirlo. Unos latidos incontenibles en el momento del reencuentro le ahogaron las palabras. Sin embargo, percibió que el corazón de él estaba más acelerado.
Ella sólo dijo: “Hola”. Él respondió: “Te quiero”.
Ella, junto a él, estaba feliz y sentía que él era aun más dichoso.
Ella rozó con su mano sus pulcros dedos rosados, y él la tomó y entrelazó los suyos con firmeza, como cosiendo, una con otra, las dos vidas.
Ella se acercó y permaneció unos segundos recostada sobre su pecho. Él inventó una rosa perfumada con su aliento y, con el cariño de los que quieren, se la ofreció en silencio.
Ella, sonrojada, acarició su tibia mejilla y él sonrió ante el color de la inocencia.
Ella estiró su cuello y besó esa sonrisa. Él atrapó sus labios y, con el amor de los que aman, los besó desenfrenadamente.
Ella lo miró a los ojos y le dijo cuánto lo deseaba. Él la sintió como nunca, abrazándola con el alma.
Una brisa fresca se posó sobre su cuerpo, interrumpiendo el descanso. Ella abrió los ojos y ya no pudo seguir soñando.

Por: Zulema Aimar Caballero

4 mar 2012

A Walter, amigo taurino

Que no te falten los toros
ni el sabor del buen vino,
pues son en tu vida oro
que encontrás en el camino.

Que no te falten las fiestas
ni un buen tango en el oído;
que disfrutes de la siesta
si larga noche has vivido.

Que no te falte el saludo
de tus seres queridos;
el abrazo de quien amas
y algún beso peregrino.

Que no te falte el sol
que cada día te acaricia;
ni la brisa que refresca
o la lluvia que te alivia.

Y si, por mala jugada
del desconsiderado destino,
te faltaran los toros
o el tango en el oído;
si no tuvieras la siesta
o el beso peregrino,
o el saludo esperado
de tus seres más queridos,
el disfrute de las fiestas
o el abrazo de un amor vivo…
Espero que recuerdes
que podés contar conmigo
y siempre me encontrarás
al costado del camino.

Por: Zulema Aimar Caballero

18 feb 2012

No sé por qué te quiero

No sé por qué te quiero.
Será por tus ojos, que en su mirada seria
dejan escapar cierta picardía.
O por tus delgados labios,
de los que aflora la palabra equitativa.
Tal vez por tu andar sereno,
que hasta en el más grande de los apuros
se muestra quieto.
Quizás por tu seguridad
que te muestra siempre firme.
Por tu fe tan inquebrantable
que suele avergonzar la mía.
O por esa inocencia
que, aun con los años, parece que conservas.
Tal vez en tus suaves manos esté la respuesta.

No sé por qué te quiero.
Será por lo que callas y no cuentas.
¿Qué secretos guarda tu mente despierta?
¿Dónde dejas descansar tus recuerdos
y acunas, para que duerman, tus anhelos?
Quizás sea tu alma la responsable de mi desvelo
y el ritmo de tu corazón la causa de mi consuelo.
O será que no hay respuesta
y sólo te quiero porque te quiero.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

3 feb 2012

Como te quiero

Que me quieras por las noches,
cuando la luna flota en lo negro.
Que suspires cuando roces
cada rincón de mi cuerpo.
Que en mi piel encuentres flores,
que me quieras como te quiero.

Que me quieras en el día,
cuando el sol tibio aparece
y con cierta melancolía
la oscuridad se desvanece.
Que en mis ojos veas tu vida,
que yo te quiera como mereces.

Que me quieras con tus manos
enlazadas con las mías,
y me adores con tus labios
y tus palabras me bendigan,
amándome como te amo,
sin importar lo que digan.

Que me quieras bajo la lluvia
y entre los colores del viento
que al pasar me pinta desnuda,
sin prejuicios, con miramiento.
Jamás dejes de hacerme tuya
y de sentirme como te siento.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

22 ene 2012

Tiempos viejos

Con el debido respeto a Manuel Romero, esta paráfrasis de "Tiempos viejos".
Marcando "play" en el reproductor de la derecha, se puede escuchar la versión de Carlos Gardel y la música de Francisco Canaro.

¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Parecía un hombre, con todo bien puesto.
No le conocía esa loca cobardía
detrás de su máscara de valentía.
¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Unos cuantos meses que no volverán.
Que Dios me ampare y no vuelva a tenerlos;
ni su paso mísero me hace llorar.


¿Dónde está el muchacho de entonces,
ave libre que amaba volar?
Vos y yo le ayudamos, hermano;
vos y yo le curamos su mal.
¿Te acordás los sinfines paseos?
Y yo, mina de gran corazón,
me banqué todas sus depresiones
cuando nadie le daba ni un sol.


¿Te acordás, hermano, de ese hombre siniestro
que se aprovechó de mi fiel amistad?
Hoy, sin vida propia, es sólo un espectro
al que no le gusta escuchar la verdad.
¿Te acordás, hermano, qué solo estaba?
Le daba una mano en su ir y venir.
Si lo veo en la calle, sumiso y deshecho,
doy vuelta la cara y me pongo a reír.


Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com