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30 abr 2012

Luna

Curiosa luna que tras la tosca colina
pasas la noche en vela, fiel vigía del río,
custodiando sus piedras y su andar bravío
que cubre con espuma el agua cristalina.

Brillante luna vestida de esplendor blanco,
novia casta del cielo que la noche engalana,
no dejes que el sol dorado de la mañana
robe al dulce río su misterio y su canto.

Luna del viajero, del amor, luna atrevida,
ante ti se postran amores hechizados,
y ardientes sus cuerpos, desnudos y abrazados
recitan con el alma una oda a la vida.

Luna que reposas pacífica y quieta
y al despuntar el alba juegas escondidas,
mientras se despabilan las aves dormidas
y engendras los versos de un loco poeta.

Luna que te meces sobre ramas de sauces,
no permitas que la luz del día derrita
la intensa pasión que en el aire palpita
cuando llega a su fin larga noche de amantes.

Luna de azúcar y de cómplice sonrisa
luna de los cielos de las lunas de miel
besa mis ojos y acaricia mi piel
y haz que esta noche no acabe de prisa.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com


12 abr 2012

Nocturno

Durante días preparó su corazón para recibirlo. Unos latidos incontenibles en el momento del reencuentro le ahogaron las palabras. Sin embargo, percibió que el corazón de él estaba más acelerado.
Ella sólo dijo: “Hola”. Él respondió: “Te quiero”.
Ella, junto a él, estaba feliz y sentía que él era aun más dichoso.
Ella rozó con su mano sus pulcros dedos rosados, y él la tomó y entrelazó los suyos con firmeza, como cosiendo, una con otra, las dos vidas.
Ella se acercó y permaneció unos segundos recostada sobre su pecho. Él inventó una rosa perfumada con su aliento y, con el cariño de los que quieren, se la ofreció en silencio.
Ella, sonrojada, acarició su tibia mejilla y él sonrió ante el color de la inocencia.
Ella estiró su cuello y besó esa sonrisa. Él atrapó sus labios y, con el amor de los que aman, los besó desenfrenadamente.
Ella lo miró a los ojos y le dijo cuánto lo deseaba. Él la sintió como nunca, abrazándola con el alma.
Una brisa fresca se posó sobre su cuerpo, interrumpiendo el descanso. Ella abrió los ojos y ya no pudo seguir soñando.

Por: Zulema Aimar Caballero