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Todos los textos publicados en este blog son propiedad de Zulema Aimar Caballero. Prohibida su distribución y/o publicación sin la autorización correspondiente.

21 nov 2015

Viva la humanidad

Parece que no solo se puso de moda sino que está socialmente aceptado ser despreciable. Nos comportamos peor que animales salvajes y nos aplaudimos. Realmente, hemos llegado al sumun de la imbecilidad.
Cada vez en más regiones se está adoptando la costumbre de castigar a latigazos a los delincuentes; método reconocido como lícito y que suele practicarse en medio de las risas y burlas de espectadores. Nos erigimos en jueces y actuamos como orgullosos verdugos disfrazando de licitud un acto inmoral. Y tratamos de convencernos de que eso está bien. Y está bien… Mañana me molestará que el conductor que está delante de mí no maneje como a mí me gustaría, entonces pondré primera y le pasaré el auto por encima. Me molestarán los niños que piden limosna en la calle, los tomaré de la mano y les prenderé fuego. Me molestará una infidelidad y le cortaré el cuello, o lo que se me ocurra, a quien fue infiel.
¿En qué clase de animales nos hemos convertido? Ni en la más espesa selva, las especies viven de esta manera. ¡Dios nos libre de nuestra raza humana! Cada vez más somos el producto de la involución social. Ni la crudeza de la Ley del talión se compara con esta modalidad de castigo que se puso de moda gracias a la creatividad morbosa de algunos y al cerebro de ameba de otros.
«En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo», leemos en Mateo 25,40. Sumido en una tristeza palpable, hace unos días el papa Francisco hizo referencia a la tortura: «Es un pecado en contra de la humanidad y un delito de lesa humanidad». Dijo que «torturar a una persona es pecado mortal, es pecado grave. Pero es mucho más: es un pecado contra la humanidad».
Somos seres increíbles. Fundamos centros de protección para los animales, creamos leyes en defensa de las mascotas, nos horrorizamos si nos enteramos del maltrato a los individuos con cuatro patas; en nombre de la defensa de los derechos del animal, no podemos permitirnos darle ni siquiera una muerte digna a un perro rabioso, pero aplaudimos el maltrato entre seres humanos.
Sí, somos seres curiosos: nos espantamos cuando nos cuentan que en tal o cual lugar del mundo entrenan a los niños, desde edad muy temprana, en el uso de armas para que vivan como guerrilleros el resto de su vida; nos golpeamos el pecho y rasgamos las vestiduras cuando es noticia la muerte de una mujer apedreada en Indonesia. ¡Pero qué hipócritas somos! ¿Qué es lo que condenamos desde nuestra absurda moralina, si en realidad no nos importa nada?
La semana pasada nos pintamos los rostros con la bandera francesa. Todos fuimos Francia por un día; a todos nos corrió La Marsellesa por las venas. Nos conmovimos, condenamos la salvajada, el terror, el delito… ¿Y por casa, cómo andamos? Al final, ¿qué es lo que nos diferencia de esos animales? ¿Las armas, la “religión”, el grado de locura?
Somos la escoria del mundo. La raza más privilegiada, la única especie provista de alma… ¿¿de alma?? La única especie capaz de raciocinio, la única pensante… ¿¿pensante?? No nos engañemos. Ni pensamos ni sentimos ni toleramos ni amamos. Sí, definitivamente, somos la escoria del mundo.
Hemos llegado tan bajo en nuestra escala de valores, en nuestros principios, que el mismo energúmeno que hoy azota a latigazos a quien le robó una gallina es el que ayer abusó de una niña y mañana abusará de otra. Y nadie lo azotará. Y está bien que así sea… gallinas y niñas no tienen punto de comparación.
«Estos gringos creen que en el Perú vivimos como indígenas. No tienen idea… creen que todavía estamos con arcos y flechas». ¡Cómo nos indigna eso! Y, sin embargo, ¿con qué lo refutamos? No podemos culpar a los gringos por estar bien informados.
Me han robado en Lima más de 20 veces. Han intentado robarme —sin conseguirlo— otras tantas. Me han golpeado para robarme, me empujaron, me arrojaron al suelo, me insultaron. Cuando pude, me defendí con la poca fuerza de mis puños y de mis pies. Sí, actué violentamente tratando de defenderme. Sin embargo, ni siquiera por temor comencé a salir armada. Y nunca se me ocurrió pensar en mi ladrón siendo torturado a latigazos para pagar por lo que me había hecho. Me siento satisfecha al preferir sentarme a llorar mi humana impotencia antes que convertirme en un monstruo lleno de odio. Mi condición humana es más humana. Mi condición humana es más humana —más racional— que la de estos especímenes, fenómenos, “animaloides” que representan la vergüenza, la bajeza, la idiotez, la denigración y la indignidad de nuestra humanidad.

Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

14 nov 2015

Lesa humanidad

Bajo azotes de un odio que no se explica
se apagan los faros de la Ciudad de las Luces.
y como si fuera el caos de su Guernica
se desgarra en el pánico, se quiebra, sucumbe.

Estira sus brazos la mole de hierro,
contemplando a los hijos de la ciudad antigua;
sin poder abrazarlos ni quitarles el miedo,
solo llora a sus vástagos la gran parisina.

En las calles en llamas Dios se conmueve
ante una muestra patente de miseria humana;
sentencia a Luzbel encarnado en los crueles:
«No existe Dios que perdone conciencia malsana».

Pánico ardiente, impotencia, desconsuelo,
angustia, desesperanza, profundo dolor,
desnudez de ánimas que dejan su cuerpo,
nuevos mártires que irán a purgar solo horror.

Se ha inundado el cielo de pólvora fría,
Se han muerto los nidos de Les Champs Élysées
¿por qué es tan difícil la paz y la vida?
cualquier odio envenena, la guerra también.

Y en la triste escena del último acto
en la ciudad en vela, entre llanto y oración,
junto a Dios, de rodillas, sin voz y sin canto,
deja caer sus lágrimas el amado Gorrión.

Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

22 oct 2015

¿Le gusta opinar?


Si, además, le interesa escribir un artículo de opinión, tal vez le sirvan algunos consejos:

1.     Informarse bien. Ver, escuchar y leer sobre el tema que desea opinar permite documentarse para que el artículo no termine siendo un texto sin fundamento o una recopilación de lugares comunes. Por respeto a uno mismo y a los lectores, no habría que comenzar a escribir sin los datos suficientes que aporten herramientas para una buena argumentación. Escribir por escribir, o escribir “de oídas” no es conveniente.

2.     Considerar el mensaje y tener en cuenta al receptor. No solo es importante saber acerca de qué y cómo se quiere opinar; también debe considerarse a qué público estará dirigido el mensaje. Al opinar se establece una comunicación… ¿con quién? ¿Cuál es el círculo de lectores al que llegará esa comunicación?

3.     Contemplar el fin de la opinión. ¿Se busca crear conciencia sobre algún tema? ¿Se espera una retroalimentación? ¿O solamente ocupar un espacio o contar con cinco minutos de fama?

4.     Tener criterio propio. Algunos columnistas prefieren opinar como opina la mayoría de la gente. Van a lo seguro y, muchas veces, incluso traicionando su propio punto de vista. Así, la gran masa de lectores quedará satisfecha y volverá a buscar el próximo artículo del mismo autor. Sin embargo, una opinión bien fundada y que vaya contra la corriente suele ser muy bien recibida y aplaudida.

5.     Conservar el estilo propio. En este mundo pirata, es más cómodo copiar el estilo de opinión de otros; sin embargo, esto no es lo mejor: los lectores no conocerán a quien leen, o creerán que están leyendo “a otros”. Para crear un estilo propio, es importante definir: ¿me gusta un espíritu desenfadado, uno irónico, uno serio, arrogante, razonado, optimista, pesimista, despreocupado?

6.     No casarse con la provocación. Decidir que el estilo de opinión sea provocativo es la peor opción. Hay quienes son maestros en la estrategia de provocar, porque así consiguen más lectores; incluso logran que todos los medios hablen de ellos. Pero, a menudo, también generan un caldo de cultivo propicio para todo tipo de agresión. Y el buen lector, el lector con principios, el lector con sentido común, se cansa pronto de la violencia mediática. Es más, como el estilo provocativo es ficticio, tarde o temprano la opinión pública termina desenmascarando al autor de la provocación.

7.     Dar buen uso a los recursos literarios. Debe quedar claro que no es lo mismo una forma literaria simple que una pobre; y para escribir con erudición no es necesario ser rebuscado. En el texto de opinión, demasiadas metáforas o analogías, o el abuso de citas de otros autores termina aburriendo al lector. Ser preciso y conciso son dos grandes virtudes para poner en práctica en este tipo de artículos. Por eso, hay que saber encontrar el equilibrio entre los recursos que se emplearán. Darle al lector “una copa de buen vino” para que disfrute y pueda sacar sus conclusiones, y no de uno que solamente le ocasione mareos.

8.     Añadir una chispa de humor. Una sonrisa es saludable, tanto para quien escribe como para quien lee. Pero una chispa no es sinónimo de llamarada. Un toque de buen humor es, sin duda, un excelente recurso; pero abusar de él inundando el texto con frases chistosas puede producir un efecto devastador y contrario al que se espera. Al igual que con los otros recursos literarios, un buen manejo y contrapeso es fundamental.

9.     Leer y leerse. No escribe bien quien no lee. La lectura debe ser un ejercicio constante, y eso se nota, igual que se ven los progresos de quien practica un deporte. Leer una, dos o las veces que sea necesario lo que uno ha escrito, antes de publicarlo, permite no solo encontrar errores sino también alejarse un poco del texto para analizarlo mejor. También es buena opción contar con una persona a quien confiar su lectura antes de enviarla a un medio.

10. Responsabilizarse y servir. No olvidar que un artículo de opinión debe llevar la firma de su autor, que no solamente indica sus derechos sobre el mismo sino el compromiso con aquello que pone de manifiesto. Una opinión anónima no es más que un grafiti; no es más que tirar una piedra y esconder la mano. Por otro lado, reflexionar acerca de la opinión que quiere publicarse. ¿Será valiosa para alguien? ¿Generará valor para alguien o únicamente será útil a su autor? Como bien dijo Gilbert Chesterton: «El fin de tener una mente abierta, como el de una boca abierta, es llenarla con algo valioso».
Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
 

12 ago 2015

¡Oh, la tarea del editor!

Aunque pueda parecer que algunas cosas “se caigan de maduro”, como saber que cuando uno escribe un artículo o cualquier otro trabajo de redacción deben citarse las fuentes de aquello que ya ha sido escrito y publicado por otros, pienso que la opinión pública debería a veces ser un poco más piadosa.

En recientes artículos publicados en un importante diario peruano, el cardenal Cipriani ha omitido dar crédito a los autores de algunos conceptos de los que se ha valido en su columna.

Respeto al cardenal Cipriani como persona, lo respeto como autoridad eclesiástica, lo respeto como hermano —me conozca él o no, le guste a él o no, somos hermanos en Cristo—. Esto no quiere decir que a mí me agrade, esté de acuerdo y comparta todo lo que dice o hace. Y, seguramente, estaríamos a mano si él me escuchara o viera lo que hago yo.

Sin embargo, no me cabe acusarlo, señalarlo con mi dedo índice y publicar la cantidad de sandeces que han corrido a raíz de “tan imperdonable error”.

Cuando uno se ha nutrido toda la vida de grandes maestros y de sus obras —en este caso de prelados supremos de la Iglesia—, y cuando, además, cita sus palabras en cada homilía, puede “olvidar” mencionar su propiedad intelectual. Esto no quiere decir que “se esté pasando de vivo”, como decimos en buen criollo. Esto no quiere decir que haya habido dolo de parte del cardenal. Sobre todo, cuando lleva a cabo una misión pastoral que requiere hacer hincapié en las enseñanzas de esos grandes pensadores. Por otro lado, seamos sinceros, el cardenal Cipriani es lo suficientemente inteligente y no necesita adueñarse del intelecto de otros con el fin de “vendernos” nada.

Y aquí viene la parte que me gusta enfatizar: que cada uno se calce el sombrero que le corresponde. Porque recién cuando estallaron las redes sociales fue que el diario vio lo que había sucedido. Recién en ese momento. Porque la excusa de que el medio no se hace responsable por las opiniones de los columnistas, es un estupendo pretexto para que los editores pasen por alto la tarea de leer el material que se les envía. Para los medios es altamente beneficioso mantener sus espacios ocupados —más aún si están firmados por personalidades de peso en la sociedad—.

Pero un editor serio y responsable no solamente debe leer lo que recibe, sino también saber identificar esas líneas que puedan resultar “peligrosas”. Es evidente que este diario no lo hizo. Si antes de publicar los artículos en cuestión el editor los leyó y no pudo reconocer en ninguna de las líneas a los papas implícitos y comunicarse con el autor para aclarar su duda, o consultarle: “Cardenal, ¿habrá que mencionar el nombre de otro autor?”, posiblemente sea porque poca lectura le ha dedicado al patrimonio documentario de la Iglesia, o por un descuido humano, tan humano como el descuido de Cipriani. Claro que tal vez no habría sucedido lo mismo si se hubiera tratado de alguna de las sombras de Grey. Quizás en este caso sí el editor habría reconocido la similitud de las ideas.

Ojalá, de aquí en adelante, el cardenal Cipriani sea más cuidadoso. Que nos siga deleitando con sus columnas, recordando hacer referencia a los autores que cita. Para muchos, leer su columna en un diario es el disparador para remitirse a las fuentes y aprender. Puede indicar las referencias de la manera que más le plazca… colocar las comillas es tarea del editor. Y ojalá los medios hagan el trabajo que deben hacer. Las redes sociales son letrinas, focos infecciosos latentes… según lo que se arroje y cómo se arroje será el grado de enfermedad que se provoque. Ojalá los medios sean más cuidadosos. Así nos evitarán a los lectores el bombardeo de groserías de la impiadosa opinión pública, que termina siendo nocivo para todos.

¡Oh, la tarea del editor! ¡Tan importante y olvidada!
 
Por Zulema Aimar Caballero

Decasílabo para Altaír

Lleva el viento prendido en su cuerpo
pisando firme el colchón de arena;
mira al frente con gestos afables
y me atrae su figura serena.

Siente en su lomo el calor humano
del jinete que toma las riendas;
es jinete, es amigo, es hermano
y es custodio de sus crines negras.

Bajo un cielo de algodones grises,
con andar elegante y ligero,
alza el cuello sintiéndose libre
y se apodera del picadero.

Y aquí viene iniciando el galope,
cortando el aire con su cabeza;
sin suplicarle permiso al viento
su andar alborota polvareda.

Porque confía en quien bien la lleva,
al talón del jinete obedece;
le susurra, la anima, la frena,
y la yegua feliz retrocede.

Y su paso hacia atrás, sosegado,
trae a mí remembranzas de un tango;
pies y manos sobre tierra seca
o marcando su huella en el fango.

Orienta sus orejas al cielo,
yergue el pecho, percibe, contempla;
y el entrañable sol le regala
un haz de luz que se filtra entre ellas.

Al soltarle las riendas camina
hacia mí, silenciosa y sumisa;
y ante el brillo de enormes luceros
le concedo una tierna caricia.

Me conmueve la paz que suscitan,
fundidos en un solo corazón,
los latidos de José, el jinete,
y la marcha de la jaca marrón.

A la voz que le indica el camino
dócilmente bornea su cuerpo,
y meneando las hebras traseras
sale al trote por verde sendero.

Oigo el eco de cascos golpeando…
sinfonía campestre que aviva
los acordes de los eucaliptos
que la esperan sobre la colina.

Entre aves y aroma de alfalfa
ella es luz, es color, es la brisa;
y es la paz de benditas mañanas
en que el tiempo transcurre sin prisa.

Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com 


2 jun 2015

Mil mujeres y unos cuantos columnistas

Me pregunto quiénes son algunos columnistas de opinión que dicen que no hay que opinar, pero igual opinan. ¿No hay que opinar distinto de lo que ellos piensan? Columnistas que utilizan los medios de comunicación que les dan cabida para sembrar odio y dividir, aún más, a la sociedad. Columnistas que tienen el tupé de aclamar que desde el púlpito se condena, pero no les da la imaginación o el sentido común para ver que el verdadero condenado es el único realmente sentenciado a muerte: un ser humano inocente con derecho a nacer.
 
Si hoy hay mil mujeres que se someterán a un aborto, y mañana habrá otras mil… y esto les preocupa tanto… ¿por qué, señores columnistas, no emplean su tiempo en alguna tarea más altruista que fomentar la legalización del aborto, como, por ejemplo, ofrecer su servicio voluntario para “servir y acompañar” a las mujeres embarazadas víctimas de violación? ¿Por qué no utilizan su tiempo en hacerles ver a esas mujeres que el ser humano gestado está en su cuerpo pero no es parte de él; no es un tumor extirpable o un exceso de grasa que se puede eliminar con liposucción?
 
Nuestras opiniones sobre el aborto son tan inútiles como lo es debatir el tema en la sala de un congreso. No porque no importen la libre expresión y el debate democrático, sino porque hay cuestiones que hoy ya no deberían ponerse sobre el tapete. El gato tiene cuatro patas. Si le buscamos la quinta pata, no la encontramos y, si la encontráramos, lo que tendríamos sería un gato defectuoso. Lo mismo ocurre si nos sentamos a legislar sobre la despenalización de un homicidio. Y lo llamo homicidio porque si hasta hace unos años quedaban dudas acerca de la condición humana de un feto en el mismísimo momento de la concepción, hoy la ciencia ha demostrado fehacientemente que cuando un óvulo y un espermatozoide se unen hay una vida nueva. Una vida nueva que no es ni de quien puso el espermatozoide ni de quien puso el óvulo. De la misma manera que ese ser tendrá al momento de nacer unas huellas digitales totalmente diferentes a las de sus progenitores, ya en el momento de la concepción carga con un código genético propio y distinto, lo que lo hace, sin duda alguna, un nuevo ser humano.
 
No todos somos asesinos. No todos vamos por la vida tratando de exterminar lo que se presenta a nuestro paso. Muchos tenemos principios, que son llamados así porque están primero, antes que cualquier otra ley que pueda ser impuesta. Parten de la moral, del espíritu, y rigen nuestro pensamiento y nuestra conducta.
 
Sobre la base de estos principios es que, por ejemplo, menguamos la velocidad del automóvil que conducimos cuando en la oscuridad de la noche vemos una sombra y no distinguimos qué es. Desaceleramos o clavamos los frenos porque puede tratarse de una vida. Hacemos lo mismo cuando por una calle de barrio se nos cruza, de golpe, una pelota de fútbol. El primer reflejo, lo primero que viene a nuestra mente, es que detrás de ese balón puede aparecer un ser humano. En definitiva, si no andamos por el mundo como asesinos descarriados, sino como seres con principios, siempre vamos cuidando vidas.
 
Y si ya la ciencia demostró que en el vientre materno está existiendo y “siendo” un ser humano, y si también demostró que “pedirá” salir de ese vientre no cuando la embarazada esté lista para soltarlo sino cuando él lo esté, me pregunto por qué es tan difícil cuidar esa vida de la misma manera que cuidamos a otras.
 
Y algunos aceptarán que eso está muy claro, que el tema ahora es otro, y arrojarán sus dardos con la legalización del aborto en caso de embarazo por violación. Parece que solamente ven el trastorno del embarazo no deseado, sin ver que, ante todo, no hay mujer alguna que desee ser violada. Lo más duro de sobrellevar de por vida no es el período de nueve meses de embarazo. Lo realmente difícil, imposible de olvidar, es la violación. Entonces, ¿por qué hacer pagar a un inocente la culpa de un delito que no cometió? ¿Y por qué facilitar a una madre el arma para un asesinato —una ley— con la que terminará con dos vidas? (Está probado que las secuelas resultantes de la práctica del aborto no sanan jamás. Las mujeres que cargan con esto en su conciencia viven un infierno hasta el final de sus vidas. Muchas de ellas, imposibilitadas de superarlo psíquica y emocionalmente, intentan el suicidio).
 
Y levantarán su voz, también, aquellos detractores de pacotilla de religiones —sobre todo de la fe católica—, y pseudodefensores de la niñez, diciendo que “tanto ruido se hace por salvar la vida de un inocente que aún no ha nacido y nadie se ocupa de la niñez que muere de hambre, de frío o como consecuencia de la inseguridad a nivel mundial”.
 
Detractores de pacotilla que, generalmente,  se autodenominan ateos o agnósticos y se escudan en esos términos encubriendo un fanatismo antirreligioso tal que si a la Iglesia se le ocurriera abandonar su moral y unirse a la ola abortista, seguramente se volcarían en contra y comenzarían a defender, por fin, la vida. Pseudodefensores de la niñez porque cuando arden las llamas entre el aborto sí o el aborto no, se acuerdan de tantos niños necesitados de quienes nadie se ocupa; pero son incapaces de renunciar a su plato de comida para alimentar, aunque solo sea por una vez, a un chico sin hogar, sin pan, sin cariño.
 
 
¿Qué creo? Creo en defender la vida ¡siempre! Matar a un niño de hambre, de frío, por adicciones o matarlo antes de darlo a luz, es cometer homicidio. Y las leyes deben hacerse resguardando la vida en todos los casos. Si la niñez está corriendo peligro en las calles, hay que tomar medidas para que el riesgo desaparezca. Si los hogares de tránsito están abarrotados de niños que esperan padres adoptivos, tomar medidas para agilizar los trámites y puedan insertarse en una familia antes de llegar a la mayoría de edad. Legislar a conciencia sobre el derecho a la vida, sí. Pero no sentarse a legislar sobre el derecho a la muerte. No puede convertirse en legal aquello que no es legítimo. No se puede legislar sobre aquello que está antes (principio) y por encima del orden jurídico. No hay manera de legalizar aquello que ni siquiera debería entrar en debate. Desde el punto de vista moral, no es admisible sentarse a debatir si se legaliza lo inmoral.
 
 
Por Zulema Aimar Caballero

24 feb 2015

Migraciones: nada nuevo bajo el sol


El Gobierno del Perú está haciendo “admirables” esfuerzos en favor del bien común. Entre ellos, la Superintendencia de Migraciones publica con gran alegría la noticia de “la desconcentración de los procedimientos migratorios, en el marco de la Ley de Modernización del Estado”.

Sin embargo, parece que hasta hoy los trámites documentarios en esta dependencia continúan siendo caóticos. Entrar en la sede de la avenida España es como ingresar a un laberinto del terror. Unas cuantas máquinas expendedoras de tickets son operadas por operarios nada operativos. El personal apostado en diferentes sectores de la oficina no sabe o no tiene permitido informar absolutamente nada. Sólo está para decir que hay que sacar el ticket para informes. Aquellos que por fin son informados, deben dirigirse a otra máquina, para retirar otro ticket, en medio del amontonamiento de personas que espera hacer lo mismo, más una cantidad de otras personas que regresan al mismo lugar, quejándose porque han sido mal informadas.

El sector de Informes, donde para llegar hubo que hacer fila, sacar número y esperar el turno, con suerte, informa la mitad de las cosas, ya que cuando uno por fin accede al lugar de destino de su trámite, le faltan formularios, o fotocopias o cualquier otro papel que nadie le dijo que debía presentar.

Señores: modernizar el Estado no es solamente instalar máquinas expendedoras de tickets. Modernizar el Estado es implementar cambios con conciencia, para lo cual lo primero es adiestrar al personal para que cumpla su función con eficacia, respeto y buenos modales —una sonrisa amable seguramente es pedir mucho—.

Algo curioso es lo que ocurre con el pago de la tasa de extranjería. Resulta que para “desconcentrar” se ha eliminado la colocación del holograma en el carné, que hasta hace poco indicaba que el extranjero no presentaba deuda. En cambio, ahora existe una constancia de pago que se gestiona vía internet. ¿Cómo se hace? Como nada es perfecto, la modernización no contempla hacerlo directamente, sino que la primera vez hay que ir en persona a solicitar un número de usuario y contraseña. Esto es un defecto superable con buena voluntad.

Pero aquí viene otra curiosidad: a los menores de edad no se les genera ese número de usuario y contraseña. Me parece bien… son menores de edad. ¡Pero tampoco se les da a sus padres, para que puedan hacer el trámite “modernizado” por ellos!

Resumiendo: la tramitación de la constancia del pago de la tasa de extranjería para los menores de edad deben realizarla sus padres, asistiendo a la sede central de Lima (ya que es la única oficina habilitada para este trámite); los mismos padres que, seguramente, optarán por descartar obtener su propia constancia vía internet, ya que, de todas maneras, tendrán que padecer en la sede de la avenida España.

¿Alguien podría explicarme, entonces, de qué desconcentración están hablando?

Muchos sentirán el impulso de aconsejarme que si esto no me gusta, regrese a mi país o vaya a cualquier otro. Pero esa no sería la solución para nadie. Yo me iría y eso no cambiaría las falencias de base que existen en las leyes, los organismos del Estado, sus estatutos particulares y la impericia de quienes los ponen en práctica. Yo me iría y eso no cambiaría que, desde las ocho de la mañana, lo único que se ve en Migraciones es gente discutiendo con gente, personas de mal humor porque no pueden llevar a cabo un trámite, empleados de mal humor que comienzan el día trabajando a desgano y una pretensión de modernización que, entre todas sus fallas, presenta una fundamental: sigue pasando por alto implementar cambios con sentido común. Sigue olvidando que los trámites documentarios personales se llaman así porque tienen que ver con personas. Sigue fomentando sentimientos de ira en empleados y usuarios. En definitiva, sigue pasando por alto el bien común.
 
Por Zulema Aimar Caballero
 

14 feb 2015

¡Oh, San Valentín, ruega por nosotros!


Cada 14 de febrero, muchos celebran el Día de los Enamorados, o del Amor y de la Amistad; pero no todos conocen el origen del festejo. Este día se conmemora la muerte del sacerdote Valentín de Terni —San Valentín—. La historia cuenta que en el siglo III este sacerdote servía en Roma, donde gobernaba Claudio II, emperador que prohibió el casamiento de los jóvenes, por considerar que los muchachos solteros, sin compromisos familiares, eran mejores soldados.

Observando lo injusto de esa medida, Valentín desafió al emperador, uniendo en matrimonio a los jóvenes enamorados. Lamentablemente, esto hizo que el buen sacerdote fuera apresado y ejecutado el 14 de febrero del año 270.

El relato tiene un complemento: la joven Julia —hija del carcelero— estaba ciega, y Valentín fue el instrumento de Dios para obrar el milagro de devolverle la vista. Luego del martirio del santo, Julia expresó su agradecimiento plantando un almendro de flores rosadas junto a su tumba. De ahí que esta planta se haya convertido en símbolo de amor y amistad.

Ahora bien, el 14 de febrero solamente se acuerdan del santo quienes escuchan su nombre en la Misa. Muchos eligen esta fecha para su boda o para renovar sus promesas matrimoniales; otros se obsequian flores, golosinas, postales con corazones… ¡Está bien! Es lindo, entre tanta discordia que existe en el mundo, hacer un alto el fuego y tratarse en casa, en el barrio, en el lugar de trabajo con un poco más de cariño. Pero de ahí a la estupidez de la superstición y los conjuros de feria…

Es insólita y alarmante la necedad de algunas personas. Y más aún cuando presumen de versadas utilizando espacios en medios de comunicación, embruteciendo a la audiencia. Los falsos gurúes y consejeros del amor lanzan sus recetas. Prestemos atención a una de ellas, dirigida a las mujeres: «Recortar dos corazones de tela color rosa; coserlos, formando una bolsita; colocar dentro de ella tres cucharaditas de hojas de té bien molidas, tres cucharaditas de ruda (no aclara si debe ser ruda macho o hembra), y tres cucharaditas de clavo de olor; agregar la foto del hombre deseado; cerrar la bolsita con tres nudos y guardarla en el sostén —prenda de vestir interior—».
 
¿Con eso se atrae a la persona “amada”? ¡Por favor! Se me ocurre que, entre todas las pociones mágicas posibles, esta debe ser una de las que más probabilidad de rechazo podría tener. Imagino la atracción que puede producir conversar con alguien que huela a ruda o a anestesia de odontólogo.

Por otro lado, ¡qué concepto tan bajo de la mujer! ¡Y del hombre! Por mi parte, si un hombre se siente más atraído por un gualicho que por mi inteligencia, mi afecto o cualquier otro talento personal, mejor que ni siquiera me mire.

Y bueno, seguramente habrá quien haga esta y otras pruebas, y los falsos gurúes logren su cometido: abultar sus bolsillos burlándose de los tontos. Mientras tanto, desde cualquier rincón del Cielo donde estés, San Valentín, ¡ruega por nosotros!  
 
Por Zulema Aimar Caballero

30 ene 2015

A mi luna (Paráfrasis de "Luna tucumana", de Atahualpa Yupanqui. Iniciar el reproductor para escuchar la melodía ejecutada por Gustavo Lemme).


 
Yo siempre te canto, luna,
y no dejo de pensar
qué sueños estás guardando,
qué misterios ocultás,
cubiertos en cristal blanco
como novia en un altar.

Ay, luna, de noches bellas
que con dulce resplandor
mirás por entre tus sombras
los enigmas del amor
y cómplice de sus obras
te escondés de su fulgor.

Perdida en un sueño eterno
Dios sabe si un día amor abrazaré.
Anclada a tus ojos verdes
seguiré, esperaré,
confiándote cada noche
mi ilusión, viviré, viviré.

Con esperanza o con pena,
serena o con ansiedad,
me viste beberme el cielo
en noches de soledad
y fuiste mi gran consuelo
cuando me puse a llorar.

En algo nos parecemos,
luna llena sobre el mar.
Vos alentás a las olas
que se rompen al llegar,
yo aliento a mi alma sola
para que no se quiebre más.


Por: Zulema Aimar Caballero