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2 ene 2018

Epifanía

La luna opacó su brillo cuando en la noche fría
tres ángeles en pijama despertaron con alegría,
los planetas se alinearon en el oscuro manto zafiro
y las nubes se esfumaron veloces como un suspiro.

Al compás de campanas y discretos tambores
los angelitos adornaron el cielo con flores.
Con sus blancas alas colgaron una estrella
y la dejaron de guía hacia la joven Doncella.

Recostada en un pobre lecho de heno y de paja
en su vientre un secreto María guardaba.
Los punzantes dolores del parto anunciaban
un regalo de Dios para la raza humana.

Los ojos de José, húmedos de lágrimas de amor
contemplaban a su esposa, sentían compasión.
Él sostenía su mano y en cada contracción
enjugaba su santa frente y ahuyentaba el temor.

Y al dolor de María siguió un profundo alivio...
Tras un grito de la Virgen se oyó el llanto del Niño.
Lo tomó José en sus brazos hasta que se quedó dormido,
agradeció a Dios Padre y entregó a María su Hijo.

Aquella estrella que los ángeles habían diseñado
el camino correcto iba señalando
a todos los pastorcitos que por el sendero
aclamaban la llegada del Divino Cordero.

Al llegar al pesebre, habló el Espíritu Santo
y un coro celestial anunciaba en su canto:
gloria, gloria, gloria en el cielo al Señor
y en la tierra paz a los amados por Dios.

Y fue así que aquella noche, noche alumbrada, noche de amor
de todas partes llegaban para dar testimonio del albor.
Con fe y con esperanza tras la estrella de Belén
de todas partes acudían para ver a Dios nacer.

Por terrenos de arena, montados en sus camellos,
del Oriente llegaron los tres monarcas buenos
a alabar al Rey de Reyes que por fin había nacido
y a adorar de rodillas al Hijo del Dios vivo.

Con su corazón humilde, junto a la Sagrada Familia,
Melchor, Gaspar y Baltasar fueron testigos de la noticia.
Ellos eran reyes sabios y esto es lo que sabían:
a partir de ese momento la historia cambiaría.

Los más bellos regalos obsequiaron con amor intenso:
un cofre de oro por ser Rey, por ser Dios el incienso;
y en una pequeña caja de madera de roble
ofrecieron la mirra para el Dios hecho Hombre.

Y así fue que el Verbo, la primera Navidad,
se hizo Hombre en María para toda la humanidad.
Y en el pesebre humilde le dieron la bienvenida
a Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com