bajo el sol que la tarde de Colonia entibiaba,
caminamos como niños tomados de la mano,
evadiéndonos del mundo que nos agobiaba.
Me mostraste con orgullo tus calles empedradas,
las casitas añejas y ese histórico cascoque entre los pétalos de rosas y hojas doradas
brotaban como acuarelas de Jorge Carcavallo.
Hablabas de arquitectura y estilos europeos,
preferías el portugués sobre el corte español, y luego, por sorpresa, declaraste sin rodeos
el anhelo ferviente de entregarme tu amor.
Recogiste de Benedetti una ayuda valiosa
y, durmiéndose los últimos rayos de sol, entre poesía robada y tu oportuna prosa
con tu cuerpo me envolviste a la luz de un farol.
Ingenua, inocente, me clavé en tu pecho;
en hondo silencio perdí la razón;testigo fue el Plata en todo su lecho
del fuego naciente de nuestra pasión.
Sin vacilaciones en ese sublime momento
indiscreto, Cupido su flecha atravesó y en aquella esquina de Colonia del Sacramento
me besaron tus labios como nadie me besó.
Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com