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Todos los textos publicados en este blog son propiedad de Zulema Aimar Caballero. Prohibida su distribución y/o publicación sin la autorización correspondiente.

18 dic 2011

Padrenuestro

Padre nuestro que estás en todas partes,
en estos días próximos a la Navidad te pido
que extiendas tu mano sobre el mundo habitado por discordias y rencores,
y despliegues sobre él el manto sagrado de tu Hijo.
Que pueda yo seguirte a todo trance,
dejando mi grano de arena solidario entre quienes me rodean,
sembrando una semilla de paz en el corazón de los afligidos.
Que tu nombre sea honrado por mí
de la misma manera en que Vos enaltecés mi persona con tu amor
en cada simple y agradable momento de mi vida,
en cada pequeño objeto o ser viviente de tu Creación.
Que en mi alma pueda sentir tu gracia,
no sólo esperando alguna vez entrar al Cielo que me prometés,
sino construyendo tu gobierno en cada instante de vida que me regalás,
conmigo misma, con mis seres queridos, con el prójimo necesitado.
Vos sabés lo que me conviene y, aunque a veces sea muy demandante,
me entrego a Vos para que hagas lo que tu voluntad disponga.
Dame el pan que me haga falta;
sólo para hoy, pues podría volverme codiciosa y avara.
Maná que me alimente en cuerpo, y sobre todo en alma.
Mas dame también la generosidad y sabiduría para no guardarlo sólo para mí,
sino para compartirlo con los demás en diaria eucaristía.
Perdoname por todas las veces en que, ofendiendo a alguien, te ofendí a Vos.
Abrí el corazón de aquellos a quienes hice algún daño, para que puedan perdonarme.
Y abrí el mío para que nunca deje de perdonar.
Enviame una señal de alerta cada vez que abuse de mi libertad;
cuando me sienta tentada a obrar mal, a perder la fe, la esperanza, el amor;
cuando esté a punto de confundir lo profundo con lo superficial de esta vida;
cuando, con la excusa de no poder cambiar las cosas,
me cruce de brazos y corra el riesgo de transformarme
en un ser indiferente a la injusticia, a la guerra, a la pobreza,
al hambre, al terrorismo de cualquier índole,
a las dictaduras y las tiranías, al analfabetismo,
a los negocios de empresas y gobiernos inescrupulosos,
y a la falta de sentido común.
Te pido que me libres de ser indiferente,
porque así estarás librándome del dolor que contaminará mi alma
cuando lo único que pueda hacer sea arrepentirme de lo que no hice.
Amén.
                                                         
Por: Zulema Aimar Caballero

22 nov 2011

Instrumentos de Dios

Llegan un día, aparentemente por casualidad.
Sin pedir permiso, se instalan en una vida que no les pertenece.
Por curiosidad o por compasión, llenan espacios vacíos, pintan sonrisas que borran penas, enjugan lágrimas, callan para escuchar, hablan para aconsejar.
Toman en sus manos trozos de vida desordenada y se esmeran por encajarlos correctamente, como si fueran piezas de un rompecabezas.
Navegan con seguridad rescatando náufragos de la vida, calman tormentas ajenas y dibujan arcoíris en los cielos más grises.
Tienen siempre a mano un beso, un abrazo o un chocolate que disipa el sabor amargo de malos momentos.
Dan, aunque no siempre reciban, y emplean miradas afectuosas para expresar el cariño que no se permiten gritar.
Como por arte de magia, acercan tierras que quedaron lejanas y reúnen familias que se extrañan.
Devuelven la fe y siembran esperanza en corazones quebrados.
Son esas personas de las que uno se enamora y gracias a las que uno siente que continúa enamorado de la vida.
Son personas que dejan huellas. Personas que llegaron un día, aparentemente por casualidad, pero en realidad fueron puestas en el camino según un plan diseñado para que puedan obrar milagros.
Son, verdaderamente, instrumentos de Dios, ángeles sin alas… sencillamente, amigos.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

28 oct 2011

Como nadie me besó

Por el muelle tendido sobre el majestuoso estuario,
bajo el sol que la tarde de Colonia entibiaba,
caminamos como niños tomados de la mano,
evadiéndonos del mundo que nos agobiaba.

Me mostraste con orgullo tus calles empedradas,
las casitas añejas y ese histórico casco
que entre los pétalos de rosas y hojas doradas
brotaban como acuarelas de Jorge Carcavallo.

Hablabas de arquitectura y estilos europeos,
preferías el portugués sobre el corte español,
y luego, por sorpresa, declaraste sin rodeos
el anhelo ferviente de entregarme tu amor.

Recogiste de Benedetti una ayuda valiosa
y, durmiéndose los últimos rayos de sol,
entre poesía robada y tu oportuna prosa
con tu cuerpo me envolviste a la luz de un farol.

Ingenua, inocente, me clavé en tu pecho;
en hondo silencio perdí la razón;
testigo fue el Plata en todo su lecho
del fuego naciente de nuestra pasión.

Sin vacilaciones en ese sublime momento
indiscreto, Cupido su flecha atravesó
y en aquella esquina de Colonia del Sacramento
me besaron tus labios como nadie me besó.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

10 oct 2011

Pésima alumna

Quisiste enseñarme…
que el abrigo de un abrazo se compra con dinero
y la compañía de quien se ama se paga con el bolsillo.
Que el engaño y la mentira son siempre el mejor camino;
que la lealtad y la verdad son valores en desuso.
Que los sentimientos son desechables
como lo son las personas que los cobijan.
Que es preferible no tomar compromisos,
pues las relaciones humanas son efímeras.


Que esconderse en rincones oscuros
es más beneficioso que mostrarse en la luz;
que para sentirse a gusto hay que ser egoísta
y los generosos son vistos como imbéciles.
Que todo lo que se pretende puede obtenerse
aprovechándose de quienes aman incondicionalmente.
Que amar es un sentimiento estúpido
y el amor, una simple demostración de sexo.


Que no vale la pena demostrar cariño,
y mucho menos decir a quien amas lo que sientes por él.
Que es mejor ser cobarde que jugarse por otro,
aunque así solamente se cause dolor.
Que ser feliz es un estado que dura sólo un momento
y, si perdura, más vale negarlo.
Que es más fácil correr tras el dinero y la comodidad económica
que luchar por un sueño inmaterial que puede cambiar tu destino.
Que hay que cuidarse de lo que digan “las malas lenguas”
y que una actitud hipócrita puede más que la franqueza.


Asistí a todas tus clases…
pero tal vez no fui lo suficientemente maleable
para aprender tus lecciones.
Me enseñaste mucho pero, por suerte, no aprendí nada.
Continúo siendo fiel a mis sentimientos;
la verdad sigue venciendo a la mentira.
Defraudar y decepcionar no figuran en mi plan de vida.
Creo en las relaciones duraderas
y que aquello que se hace a escondidas
es más censurable que lo que puede salir a la luz.
Que vale más ser generoso, que un egoísta sin remedio.
Que es una conducta reprochable aprovecharse de los demás.

Que los sentimientos genuinos
son los que deben gobernar la vida de las personas.
Que el sexo siempre debe ser una demostración de amor,
y que no hay que arrepentirse por ofrecer y confesar cariño.
Que soy realmente valiente
cuando me juego por otro contra viento y marea.
Que existe diferencia entre estar y ser feliz.
Que puedo ser feliz toda mi vida,
con sólo recordar un momento de felicidad.
Que soy inteligente y sabia cuando puedo relegar mi bienestar material
y dar prioridad a los sueños que realmente llenan mi corazón.
Que lo que digan los chismosos me tiene sin cuidado;
sus difamaciones son el fruto de la envidia y de su complejo de inferioridad.
Que enarbolo la bandera de la franqueza
y en mí no hay lugar para la hipocresía.


Agradezco infinitamente tu esfuerzo
y lamento si sentís frustración.
Ante esta situación, dos cosas pudieron ocurrir:
o fuiste un fracaso como maestro, o yo he sido tu peor alumna,
gracias a mi poder de discernimiento y a mi escala de valores.
Si de consuelo te sirve,
los maestros también pueden aprender de sus alumnos.
Intentalo, y algún día te darás cuenta
de que podés reemplazar esa máscara de felicidad
por un rostro que refleje un corazón realmente feliz.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

3 sept 2011

Búscame

Y creerás que nada existe,
que todo lo vivido fue una pesadilla;
mas todo existía cuando te fuiste
una mañana, a hurtadillas.

Que no existes tú y no existo yo,
ni los cuatro muros que nos acogían
cuando el deseo y la pasión
nuestros cuerpos encendían.

Que no existe el aire y no existe el sol,
la cálida arena, la sal de la vida;
versos huérfanos de amor
hoy te dan la bienvenida.

Y lloras con desconsuelo
cuando te pones a pensar
que en tus manos tenías el cielo
y en ellas atesorabas el mar.

Mas dejaste morir tus sueños
y heriste lo celestial,
cuando entre dedos inseguros
dejaste escurrirse el mar.

Sin embargo, cuando comprendas
que el mundo sólo ve el color de tus ojos,
y por fin te des cuenta
que encarcelaste tu alma con cerrojos,
estaré para gritarte
que yo veo tu mirada,
estaré para acariciarte
cuando todo parezca nada.

Y si quitas los cerrojos y dejas libre a tu alma
búscame donde sea, búscame, te estaré esperando,
donde el río se pone bravo o donde la ola se calma,
búscame para vivir lo que te perdiste dudando.

Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com


14 jul 2011

Carta a un amigo invisible

                                                                                           Lima, 14 de julio de 2011

    Hola, amigo. Te escribo después de largo tiempo. Sé que en estos meses te habrás preguntado si te olvidé. La respuesta es: NO. Seamos sinceros, tampoco tuve noticias tuyas y no por eso creo que me olvidaste. ¿Me olvidaste?
    Lima sigue linda, aunque ya no me deslumbra. Será que estoy algo nostálgica y pienso mucho en mi Buenos Aires querido, o será que algunos sueños se desvanecen y es más sencillo echarle la culpa de mis fracasos a una ciudad que a mí misma. No sé.
    Por lo pronto, te cuento que debe hacer veinte días que no asoma el sol. Hay días que la humedad parece penetrar en lo más profundo de los huesos. Eso tiene remedio si conseguís la calidez de un fuerte abrazo. Y, hablando del clima, ¿te acordás que me reía porque los limeños le llaman “lluvia” a unas chispitas casi imperceptibles de agua? Bueno, estoy pensando en retirar mi risa y creer que en verdad llueve, porque el techo de mi habitación, que es el piso de la azotea, tiene una auténtica mancha de humedad y se descascaró la pintura que sólo tiene seis meses, debido –aparentemente– a que el agua se empoza.
    Ya hace casi un mes que estoy esperando que alguien venga a evaluar qué tipo de arreglo hay que hacer para darle solución al asunto. Acá se toman su tiempo para hacer las cosas y también para no hacerlas. Hay que acostumbrarse, pero me cuesta mucho. Será que soy demasiado formal o que doy al respeto por el otro más valor del que en realidad tiene.
    También estoy esperando desde el lunes que el personal de Movistar venga a instalar el cable. Ya llevo tres días esperando. Pero eso no difiere mucho de cómo es allá. Recuerdo que la última vez que pedí internet en Buenos Aires –a la misma empresa–, estuve más de un mes reclamando, hasta que me cansé de reclamar, armé las valijas y me mudé de país.
    La gente es muy buena, muy amable. En realidad, hay de todo, como en todas partes. Tampoco voy a hacerles un monumento a la bondad, no vaya a ser que creas que vivo en un paraíso. ¿Sabés una cosa? Por si no te enteraste, el paraíso terrenal ya no existe. Eso fue antes, en otra época, hace unos cuantos años, antes de que vos y yo naciéramos. Eso sí que habría estado lindo para conocer. Dicen que era una maravilla, pero después se pudrió todo por culpa de una serpiente y se terminó. Se extinguió, como los dinosaurios.
    Volviendo al tema. La gente buena es buena, lástima que sale a conducir. Si te parás en una esquina a observar, no podés creer que los choferes de taxis y colectivos tengan licencia. Parecen autitos chocadores de un parque de diversiones. Claro, no es precisamente “la sana diversión”.
    Los hombres te piropean como allá –o más–. No sabés la cantidad de anécdotas que tengo. Los colectivos tienen chofer y cobrador. Cuando subís al colectivo, el chofer te larga piropos y cuando te bajás el cobrador te ayuda y aprovecha para besarte la mano. Algunos taxistas, igual. Te dan charla durante el viaje y cuando estás por bajarte estiran el brazo para saludarte con un apretón de manos que, si te descuidás, te la comen de un beso. Así que ya aprendí a no descuidarme.
    Otra cosa… creo que las personas tienen poderes especiales. Porque aunque no diga una sola palabra, se acercan y afirman que soy argentina. Llegué a pensar que tal vez emanaba aromas del Riachuelo. Pero no. Ya estoy tranquila. Sé que mi aroma es bastante agradable y la gente muy perceptiva.
    Hace dos años y medio que estoy viviendo acá y el acento porteño no se va. Tampoco intento que se vaya. Trato de esmerarme haciendo alguna diferencia cuando doy clases. Pero es comiquísimo, porque yo busco hablar en peruano y los chicos quieren hablar en argentino. Eso sí, el vocabulario cotidiano, tenés que reformarlo todo. Por ejemplo, el sacapuntas es tajador, la goma es borrador, el pupitre es carpeta, la lapicera es lapicero, la carpeta es folder, la ventanilla es luna, los bizcochuelos son kekes, el suéter es chompa, las calzas son pantaletas, los calzoncillos son calzones. Bueno, no podés quejarte; con esta lección si algún día venís, vas a ser Gardel.
    La gente simple es de lo mejor. En realidad, en todas partes pasa lo mismo. La simpleza de la gente reconforta cuando uno también es simple. Te abren el corazón y se brindan por completo. A veces hasta da vergüenza recibir tanto afecto.
    Además de los zalameros, están los oportunistas que siempre buscan el “levante”, los que te chamuyan de lo que sea, con cada verso que a veces hasta dan ganas de aplaudirlos. Los ingenuos, los dadivosos, los solidarios, los tacaños, los pedigüeños, los mentirosos, los aprovechadores y, por supuesto, los pequeños, medianos y grandes hipócritas, infaltables en toda sociedad “civilizada”. Es notable cómo afloran la hipocresía y la envidia en algunos círculos. Así que lo mejor es apartarte antes de que te dañen.
    Están aquellos que un día te acompañan y al otro no sabés qué bicho les picó que dejan de acompañarte. Los que reflexionan comparando el amor con la más hermosa orquídea del camino y te incitan a recogerla. Te digo algo: nunca lo hagas, porque en cuanto te agachaste, te dan un puntapié en el trasero que te deja con el corazón inválido.
    Pero, por suerte, amigo, poniendo en una balanza, estoy segura de que la mayoría de los peruanos con los que me relaciono, tiene un corazón de oro.
    En otra misiva –porque prometo volver a escribirte, aunque no me contestes– voy a hablarte específicamente de las mujeres.
    En líneas muy generales ya tenés una idea del medio donde estoy. Ahora te voy dejando, porque se hicieron las cinco y media de la mañana y a las seis suena el despertador. ¿Viste que sigo igual?
    Te envío el más fuerte de los abrazos y todo mi cariño.
    Tu amiga pishpilla.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

19 jun 2011

Padre

Padre, que tienes…
párpados caídos y ojos extenuados,
el ceño fruncido bajo escasos cabellos canos,
los molares débiles, por el tiempo quebrados.
La voz temblorosa y trémulos los labios,
pálido el rostro surcado por los años,
la constante molestia de oídos apagados,
la frágil osamenta de un cuerpo agotado.
Piel de tortuga en tus agrietadas manos,
las piernas cansadas y los pies llagados…

Resucitaré tus ojos con una dulce mirada,
alisaré tu frente con una carcajada.
A quien me aceche atraparás con tu mordida afilada
y afirmarás tu voz cuando deba ser bien aconsejada.
Aquietarás tus labios con un beso en mi mejilla rosada,
esperando que acaricie tu rostro surcado por la añada,
y que repita, hasta que escuches, varias veces una palabra.

Endereza para mí tus huesos, pues así me habrás parado.
Si me rindo al luchar, muéstrame tus ajadas manos.
Y haz que nunca olvide que tus pies se han lastimado
por sostenerme en la carrera, caminando a mi lado.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

10 mar 2011

El día que me quieras

Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar
¡cómo amo la vida si pienso que un día conmigo estarás!
Y si cierro los ojos y en paz imagino que mío serás,
me sumerjo en la dicha y soñarte me anima.

El día que me quieras, el día que lo digas,
vibrando de alegría te dejaré pasar
al fondo de mis sueños, al centro de mi vida
y loca de emociones sólo tuya me harás.

El día que me quieras, el día que lo digas,
comprenderé en silencio el milagro de amar,
esperaré tus manos tomándome las mías
y envuelta en tus abrazos me dejaré llevar.

La noche que me quieras, la noche que lo digas,
bajo un millar de estrellas tu nombre gritaré,
atraparé tu cuerpo y lo cubriré en caricias
huyéndole a la luna que nuestra pasión codicia.

21 feb 2011

Cambalache siglo XXI (Con ánimo de tango)

Recuerdo tu nombre, tus labios, tus ojos
y siento el perfume dulce de tu piel,
y por la noche solo abrazo la almohada
pensando que estamos juntos otra vez.

Recuerdo el murmullo de arroyos pequeños
y el eco constante del agua del mar.
Las noches fogosas, sin calma, sin sueño,
cuando te adoctrinaba en el arte de amar.

No puedo olvidarte, por más que lo intente,
porque en el silencio percibo tu voz
y en la oscuridad creo que puedo verte
femenina y frágil, tal cual eras vos.

Yo era tu hombre, tu dueño, tu amante,
y vos te entregabas con tanta pasión.
En sábanas blancas amor me juraste
y con esa promesa perdí la razón.

Mujer de mi vida, en mis noches en vela
recuerdo tus labios, tus senos, tu piel,
mi tosca mano recorriendo tus piernas
y cada segundo que me amaste y te amé.

Mujer de mi vida, ¿cuándo has decidido
dejar tu fragancia Coco Chanel?
Creí que sólo te habías confundido
untando tu cuello con Kenzo for men.

Cómo me engañaste con todo tu encanto;
de mí conseguiste la luna y el sol.
Estoy en la vía, curado de espanto,
te fuiste con otra, qué te reparió.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

10 feb 2011

Silencio de mar

        “Aún las aguas del más pacífico de los océanos murmuran, cantan o hasta gritan enfurecidas. Pero existe un momento, un segundo en miles de segundos, en que se puede escuchar el silencio del mar".

        Está muda ante la sinfonía de las olas que se arman a la distancia y se desintegran en la orilla, contra grises rocas, colmando de agua cálida unas gargantas abiertas hacia el infinito, a las que él llama “pocitos”.
        Se sientan sobre las piedras. Él sumerge los pies en las aguas cristalinas y se atreve a rozar los de ella, como en un juego de niños.
        Él habla. Ella escucha con atención, saboreando las palabras que se abren paso acariciando la arena tibia, al tiempo que se esfuerza por descubrir los pensamientos que él no da a luz.
        Él habla. Ella sueña embelesada por la grandeza y el misterio oculto en la eternidad del mar. Se siente tan pequeña y tan feliz; tan frágil y nostálgica. La emoción brota de sus ojos por una senda de cristales salinos que descienden hasta escurrirse entre sus labios. ¿Y qué son esas lágrimas sino el humilde reflejo del milagro del océano?
        Él calla y ella toma su mano, aferrándose a ese momento de paz, anhelando que nunca acabe.
        Entre el azul celeste y el azul marino, la entremetida línea del horizonte parece colocada a propósito para impedir que cielo y mar se abracen. Ella imagina que es mar, y a él lo imagina cielo. Y, entre ambos, una curva invisible les pone límite, separándolos, evitando la unión del agua y el infinito.
        Ella desea ser su mar y él, sin duda, es su cielo. Intenta comprender sus sueños. Quiere ahondar en la profundidad de su mente, tanto como en las recónditas esquinas de su corazón. Hasta que descubre en su rostro una mirada diferente. Sus ojos brillan con un resplandor extraño y ya no son oscuros, pues han absorbido la mágica claridad del paraíso que los rodea.
        Olas, arena, cielo, son testigos de los insondables sentimientos que ella atesora en su corazón exaltado. Espera ansiosa que el mar se silencie un segundo para decirle cuánto lo quiere. Pero el gigante misterioso sigue bramando y se traga sus palabras, temerosa de quebrar con su voz el encanto de ese instante de dicha. Elige callar, guardando en su memoria cada una de las sensaciones que embriagan su cuerpo, y permanecer muda ante la sinfonía de las olas que se arman y desintegran en el fondo de su alma.

Por: Zulema Aimar Caballero

19 ene 2011

Niña

A María Mercedes
Sentada a mi lado calla mientras todo lo observa;
nada a su atención escapa; siempre la mirada alerta.

De reojo la examino; tiene un perfil perfecto
y bajo su piel de armiño parece que guarda un secreto.

Renegridas aceitunas tras largas persianas asoman
y cuando mira la luna resplandecen, se alborotan.

De pronto algo le provoca el brote de una carcajada...
lleva su mano a la boca, tapándola, avergonzada.

Y su risa es tan bella; colma de alegría el aire;
yo me río con ella y no hay poder que nos pare.

Retoma la compostura, envuelta en su atuendo violeta.
¡Por Dios, cuánta hermosura! ¡Reluce como un cometa!

Es tan linda y delicada, y en ella el amor anida.
¿En verdad la trajo un hada cuando yo estaba dormida?

Conversa, pregunta, habla… Es tan curiosa e inquieta…
Su dulzura derrama; su inteligencia despierta.

Le escucho y le respondo; estamos las dos tan cerca
aunque sé, muy en el fondo, que a cada minuto se aleja.

Porque es la ley de la vida que me otorgó esta gracia…
Le daremos la bienvenida al amor y la distancia.

Cuando mi niña confiada, pícara por antonomasia,
con sus alas desplegadas despida al fin su infancia.

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

13 ene 2011

Levantando muros

    Se halla aquí, en esta húmeda ciudad, refugiándose detrás de los muros que ella misma construye a diario a fin de no ser alcanzada por el virus de la hipocresía y el desamor.
    Falsedad que brota a su alrededor, en un sitio que parece crecer constantemente como metrópoli, pero sin abandonar esas costumbres y actitudes pueblerinas, bañadas en dimes y diretes, en chismes que corren como reguero de pólvora y sólo sirven para herir a unos y a otros.
    Deslumbrada por esta ciudad de historias y misterios, va de aquí para allá acostumbrándose a esquivar con arte, aunque no siempre con suerte, los lustrosos zapatos que esperan el momento justo para posarse sobre ella y dar el pisotón.
    A veces siente el impulso de dar un fuerte abrazo, un gesto en el que su cuerpo grita: ¡estoy para ti y quisiera que estuvieras para mí! Pero, cuando lo hace, se queda colgada de un cuello tieso, sin más respuesta que la indiferencia del otro.
    Entonces vuelve sobre sus pasos y reflexiona que evitará cualquier manifestación de afecto hacia los demás, y considera que lo mejor que puede hacer es seguir levantando muros. Que una burbuja no es efectiva, porque es frágil y si se rompe queda a merced de los predadores. Pero un muro es más seguro, y cuanto más alto y húmedo sea, mayor será la repulsión para acercarse a derribarlo.
    Sí. Un muro de piedra que la proteja de una sociedad basada en los celos y la envidia, para la cual amar significa estar en el lugar y con el vestido adecuados para chismear de otros. Una sociedad que jamás será para ella su grupo de pertenencia.
    Y detrás de esa pared intenta mirarse a sí misma y sólo encuentra un animal diminuto e insignificante: como por una magia kafkiana se ha transformado en bicho bolita. Puro caparazón que le ayuda a defenderse de posibles ataques, con una flexibilidad que le permite simplemente enrollarse en sí misma, ocultándose en la oscuridad, debajo de húmedas piedras, con el único fin de no ser vista.

Por: Zulema Aimar Caballero