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24 dic 2019

La culpa no es del chancho


A raíz de la publicación de Gestión, del lunes 23 de diciembre de 2019, respeto la opinión del Sr. Cárdenas, pero no la comparto. No hay niños y adolescentes invisibles frente a los problemas del clima. Invisibles son, en todo caso, los niños y adolescentes que pasan hambre —hambre de verdad— y que esta Navidad tampoco tendrán un plato de comida en la mesa. Probablemente, tampoco tengan mesa.

Sin embargo, hay gente que se ocupa de seguir fomentando la popularidad de una niña que sí tiene mesa, tiempo y dinero para viajar de un sitio a otro promoviéndose como el paladín del siglo XXI. Si no estudia ni trabaja, ¿de dónde le llegan los morlacos para darse semejante gusto? ¿Tiene un canal de donantes? Vuelvo a lo mismo… ¿los donantes no tienen un objetivo mejor, entre los millones de personas que necesitan de ellos?

Una adolescente que se jacta de no entrar a la escuela no es un ejemplo para nadie. Y aquellos adultos que la aplauden, mucho menos. Están dando a la niñez y a la juventud el modelo errado. Si porque mi casa está desordenada, permito que mi hijo se siente en la puerta, encaprichado, y no le digo nada, estoy alentando su inconsciencia y su estupidez. ¿Lo correcto no sería enseñarle un buen método para ordenar la casa y mantenerla prolija?

Los jóvenes son parte de un presente bastante caótico, y merecen un futuro de perlas, pero eso no le da derecho a la señorita Greta a desplegar toda su soberbia en contra de sus mayores, criticando a las generaciones que la han precedido, como si fueran las únicas responsables de todos los pecados de la humanidad. “Nadie es demasiado pequeño para marcar la diferencia” es un lema atractivo y cierto, pero también lo es “Nadie es demasiado grande para escupirnos veneno en el rostro”.

Imagino a Greta dentro de unos años, cuando se canse de estar sentada en la puerta del colegio o cuando las candilejas de los foros la encandilen: ¿la veremos unirse a las destructoras marchas feministas o atarse un pañuelo verde proaborto? O cuando las organizaciones que hoy la manipulan encuentren más atractivo bancar otro “proyecto” del que todos los medios hablen y saquen buena tajada.

En este momento cuenta con adeptos en los medios de comunicación que, como es de esperar, hacen su buena parte. Y no me extrañaría que su “historia de vida” llegue a la pantalla grande, dejándole a la joven ambientalista una renta vitalicia. Y que Dios la proteja siempre, librándonos de la experiencia de que la conviertan en mártir.

Disiento con cada línea de la columna del Sr. Cárdenas. Cuando dice que los objetivos de los niños y jóvenes hoy son totalmente distintos… Por empezar, me gustaría saber hasta qué edad considera que los niños son niños, y cuáles serían los objetivos que “se plantean” a esta edad. Por otro lado, nadie niega que hoy cuenten con un amplio acceso a la tecnología; también es cierto que tienen la posibilidad de acceder a la información, pero esto no quiere decir que con esta accedan a “formación”, lo que es muy lamentable. Y de ahí a decir que estas ventajas fortalecen sus capacidades intelectuales y de concientización… mmmmm… no es la tecnología la que enseña a crear conciencia, sino la educación en todos los aspectos que se imparte en el hogar y en las casas de estudio.

Ojalá haya voces con sentido común que se levanten para decir las cosas como son y terminar con estos circos que tanto daño hacen. ¡Feliz Navidad!

Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com

14 feb 2019

El hombre del madero


Fue amor a primera vista, amor sin buscarlo, amor verdadero.
Apenas lo vi, supe que se iría conmigo el hombre del madero.

Estaba tan solo, sin visitas, sin familia, sin un amigo.
Recostado sobre un montículo frío, sus ojos suplicaban abrigo.

Al cruzarse nuestras miradas, sentí piedad por ese hombre desvalido.
Batiéndose entre otra vida y otra muerte, temiendo ser agredido.

Pese a su dolorosa apariencia, era el humano perfecto.
Y era, para mi vida imperfecta, el insuperable complemento.

Con gesto dulce y un hilo de su aliento, mi nombre pronunció.
En medio de la gente distraída, solo yo advertí su voz.

Fijé, entonces, mi vista en su rostro y recorrí con profunda compasión
cada milímetro de su cuerpo tieso, pero vivo, y escuché su corazón.

Pálida la tez, lívido su torso delgado, a exhibir cicatrices condenado.
Sin la mínima vergüenza, tomé su mano y caí de rodillas a su lado.

El peso del mal humano cargaba sobre sus hombros y encorvaba su espalda.
Sin embargo, no había quejas, ni reproches, ni rencores… nada.

Vino a mi mente la imagen de ese hombre deambulando sin parar
hasta ser arrojado y olvidado entre la peste de algún muladar.

Me sentí tan pequeña y a la vez tan decidida a amar.
Pregunté su precio. “Es basura”, me dijeron. Respondí: “lo llevo igual”.

Con lágrimas en los ojos, abracé ese cuerpo mancillado,
besé su alma herida, los pies rígidos y su costado.

Desde ese día nos entendimos, vive en mi casa, duerme conmigo.
Para él, las primeras palabras del día y lo último que en la noche digo.

Cumpliremos veinte años juntos y hoy se ve diferente:
aunque en el madero sigue inmóvil, en mí lo siento moverse.

Todo empezó una fría tarde de aquel boreal febrero,
Cuando me entregué totalmente a mi Señor del Madero.

Señor del Madero:
Dejame secar tus lágrimas y que no sea yo quien te haga llorar.
Dame de tu corona la espina más aguda; que se clave en mi alma ante la injusticia de un niño hambriento, del sediento, del desnudo de ropa y de amor.
Dame la virtud de la caridad. Que imite tus brazos en la Cruz, dispuesta a extender mi mano a quien lo necesite.
Te quitaré los clavos de los pies cada vez que camine junto a mi hermano más pobre, y cuando cuide a un enfermo estaré limpiando las llagas de tu santo cuerpo.
Que pueda siempre ser un instrumento de tu amor. Que vea a mis semejantes con sincera humildad. Que lleve a otros el mensaje de tu Reino y que, por la Luz que recibí en mi Bautismo, pueda iluminar a los demás.
Dale, Señor del Madero, a esta pequeña sierva tuya, un corazón grande y bueno, capaz de amar aun a quien no la ame.
Que recuerde siempre que solamente tuyos son el poder y la gloria, que no pretenda más que lo que merezco, y que busque en esta tierra solo aquello que me acerque más a Vos.
Dame, Señor, la protección de tu Madre. Que Ella interceda por mí y por todos sus hijos para encontrar un día tu abrazo en el Cielo.
Dame, Señor, tu corazón… yo te doy el mío ¡porque en Vos confío!

Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com