los ángeles más puros me lo han concedido.
Placebo al que acudo, alimento asombroso;
elixir de los dioses que embriaga mis ojos,
cuando se extravían en el laberinto misterioso
de tan admirable corazón frondoso,
en los rincones de tu esencia impecable,
en las turbulencias de tu figura adorable.
Sos luz, voz, estallido, estampida,
y de esa encrucijada, dichosamente perdida,
no quiero ser rescatada ni encontrar la salida;
deseo que me atrapes y protejas mi vida.
A veces sospecho que sos de otros mundos,
navegante casual de mis mares profundos.
Anclaste en mi pecho tus labios ardientes,
sembrando pasión y aficiones fervientes.
No zarpes ahora, no te alejes de mi lado,
no esta noche que tanto te he amado.
Contemplarte es, sin duda, un placer divino;
las musas del aire me lo han concedido.
Hacia mí te trajeron en cometas envuelto
una tarde de mayo de río revuelto.
Ahora susurran que grite tu nombre
tu nombre de niño, tu nombre de hombre.
Y mi garganta sangra ante demente pedido,
pues gritar tu nombre parece prohibido.
Temo que un numen se enfade conmigo
y quiera ocultarte en un hueco de olvido.
Por eso mañana, cuando el sol asome,
los duendes descansen y el cielo se dore,
y sin importar sucumbir vanidosa
al ver que la brisa se torna celosa,
que las aves conjuran, tal vez, envidiosas
y conspiran fulgurantes las mariposas,
saldré, felizmente, a contarle al viento
el amor que te guardo, el amor que yo siento.
Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com