No
es la primera vez que pasa y, seguramente, seguirá ocurriendo. Es algo que me
molesta sobremanera. Una de las celebraciones de quienes formamos parte de la
Iglesia Católica es el Miércoles de Ceniza. Creer en el Evangelio es algo fundamental
en la vida de este Pueblo de Dios. No es algo que creemos un solo día, sino
todos días. El Evangelio es la Palabra de Dios que nos muestra y abre el camino
hacia Él. Y creer es proclamar la fe en ese camino, la entrega incondicional a
esa Palabra, la respuesta afirmativa al plan que Dios pensó para cada uno de
nosotros.
El
Miércoles de Ceniza iniciamos la Cuaresma que —dicho sea de paso— no se trata
de 40 días de ahorro para poder comprar los más ricos huevos o conejos de
Pascua, sino de días de preparación y reflexión hasta el domingo en que
celebramos la Resurrección de Cristo, el paso del hombre a la vida de Dios.
Preparación
y reflexión no significa enclaustrarse en una iglesia, repetir como loros el
Santo Rosario, rasgarse las vestiduras o aprovechar para hacer una dieta baja
en proteínas. Sin ser erudita en la materia y sin erigirme en juez de nadie,
creo que si esa es la preparación, estamos confundiendo el camino o, al menos,
la forma de caminarlo.
La
ceniza que el sacerdote nos impone nos recuerda que debemos convertirnos y
creer en el Evangelio. Se nos dice: «Conviértete, y cree en el Evangelio». Convertirnos
no es solamente arrepentirnos por las faltas cometidas y hacer una penitencia,
sino también seguir a Cristo, mirando hacia adelante para recibir ese regalo
incomparable que es la salvación. Quien crea que marcarnos con cenizas nos
borra las faltas, está en un error. Para eso existe un sacramento exclusivo.
¿A
qué viene todo esto? A que soy consciente de que cada uno es libre de creer o
dejar de creer en lo que quiera. El llamado a la fe que hace la Iglesia
Católica no es una imposición. Más bien sí es una imposición la falta de
respeto con que algunos osan hablar —y la mayoría de las veces sin tener idea
de qué hablan—, discutir y juzgar el misterio de la fe.
En
una de tantas cruzadas contra la Iglesia, los ateos han desperdiciado
nuevamente su valioso tiempo y esfuerzo en proclamar su propio miércoles de
ceniza: «Mientras los cristianos van a untarse ceniza y recordar al zombi judío
(…), los ateos invitan a un acto contra la discriminación por credo
religioso, aprovechando esta fecha para realizar un acto simbólico de
socialización, pintando motivos diferentes a la tradicional cruz en sus
frentes, proponiendo un mensaje alternativo de alegría».
En
la convocatoria, también levantaron su voz para llamar la atención sobre la
invisibilidad de la gran cantidad de personas que no profesan ninguna religión.
¿Se sentían invisibles? Ahora ya son visibles, y lo que vimos no fue para nada
agradable. Escuchándolos y viéndolos han demostrado que de ellos mismos parte
la discriminación que condenan.
Para
mí, los ateos son ateos, tienen su vida y sus convicciones. Los respeto.
Conozco personas que se dicen ateas y no por eso son peores seres humanos que
yo. Al contrario, pienso que hay infinidad de personas buenas que no tienen fe
o dicen no tenerla. Pero yo también tengo mis convicciones y quisiera ser tratada
con el mismo respeto.
Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com