Los
comentarios acerca de la ceremonia inaugural del Mundial de Fútbol 2014 estuvieron
impregnados de una crítica bastante ácida. Si bien ya se había anunciado que el
espectáculo sería breve, tanto los periodistas asignados para cubrir el evento
como el público en general, esperaban ser encantados por el despampanante brillo
de la tierra de las grandes comparsas y la música alegre.
Sí; es
cierto que quizás no sólo faltó presupuesto sino también creatividad. Es cierto
que todos tenemos derecho a dar nuestra opinión. Pero ¡cuidado! Enojarse porque
el espectáculo fue “demasiado austero”, “demasiado sobrio”, “demasiado simple”
es olvidar que estas “deficiencias” son tres virtudes. Y es quitar la mirada de
la difícil situación social por la que está transitando el mayor país del
Mercosur.
Durante
meses de disturbios, se ha escuchado más hablar sobre qué sucedería con y en el
Mundial, haciendo de este el chivo expiatorio de los problemas de fondo que
enfrenta la sociedad brasileña.
El Mundial
de 1978 tuvo como sede a la Argentina. Los meses que lo precedieron fueron de
grandes obras de ingeniería y arquitectura. Entre otras, se inauguraron
autopistas y se renovaron totalmente estadios en las ciudades más importantes.
La fiesta de apertura, para aquella época aún carente de la tecnología actual y
dentro de las posibilidades de un país en desarrollo, no se vio ni austera ni
sobria ni simple.
Los
argentinos vivíamos inmersos en la fiebre mundialista con una gran sonrisa, al
tiempo que la guerrilla implantaba su violencia y la dictadura del general
Videla hacía desaparecer personas bajo el cemento de las obras que construía.
Las Juntas
militares en este país se sirvieron de varios “mecanismos” que distrajeron la
atención del pueblo del verdadero caos que estaba viviendo. En 1982 lo hicieron
nada menos que con la Guerra de Malvinas.
Qué
ocurrirá en Brasil después del Mundial —gane o pierda el campeonato— es difícil
saberlo. Lo cierto es que las crisis sociales que se gestan en un país a través
de años, reflejo de políticas erradas e indiferentes a las necesidades humanas,
no tienen su caldo de cultivo en una fiesta deportiva, sea esta austera u ostentosa.
De la misma
manera que un técnico de fútbol saca a su equipo a la cancha, son los gobiernos
los que deben llevar a cabo a conciencia los cambios indispensables para que la
pelota ruede hacia adelante, mirando hacia todos los laterales y sin lesionar a
nadie en su camino.
Por: Zulema Aimar Caballero