Querido Amigo:
Respondo a tu pregunta de anoche. Esa que me hiciste cuando no podía
conciliar el sueño. En este último tiempo sucedieron demasiadas cosas. Entre
ellas, me alejé bastante del arte de la escritura como entretenimiento. Y no es
que las musas se hayan tomado vacaciones. No puedo endilgarles esa culpa. Más
bien me rehúso a escribir.
Empecé a convencerme de que escribir no tiene sentido. Es como si ya no
me enamorara hacerlo. Comprendí que a nadie enamora. Y, si escribiendo no se
enamora a nadie –ni a uno mismo– ¿vale la pena? Y no me refiero al puro
romanticismo, sino también al amor por las letras, las palabras y el mensaje
que ellas pueden dejar a alguien en un momento especial.
Así que opté por el camino más egoísta y bastante ruin: abusar de las
musas para que me ayuden a soñar. Para que la inspiración solamente nutra mis
sueños, para repetirlos, repasarlos momento tras momento sin que nada los
detenga, para no compartir esas historias con nadie, para que sean sólo mías.
Ya sé. Te estarás preguntando qué ocurrió con tu generosa hija y amiga. La
respuesta es que creo que ya no existe.
El destino teje a su antojo y muchas veces termina enredándonos en una
telaraña de la que es imposible salir. Y lo que queremos, lo que esperamos, lo
que nos gustaría, lo que realmente necesitamos queda cada vez más apartado de nuestra
vida.
Y hoy caigo en la cuenta de que tampoco quiero hablar. Parece que es
imposible conjugar lo que puede salir de mi cerebro con lo que brota del
corazón. Los pensamientos y los sentimientos solamente se unen en la garganta,
pero de allí no sale nada. Se hace un nudo apretado y asfixiante, extremadamente
difícil de desatar.
Pero Vos sabés que esto es algo nuevo. Porque siempre hablé. Hablé con el
corazón y hablé con la verdad. Parece que es lo único que hacía sin temor. Ahora
sé que todas las veces quedé en ridículo. ¿Sabés qué triste es desnudar los sentimientos
y darte cuenta de que te quedaste ahí parada, sola, en evidencia? Es más
doloroso que desvestir el cuerpo ante alguien que ni siquiera lo advierte.
Y hoy me convenzo de que debí callar. ¡Parece que nada es mejor que
callar! “Callar a tiempo es prudencia”, les enseñé siempre a mis hijas. Pero yo
no lo practiqué. Es más: hoy pienso que, sin intención de hacerlo, pude haber
lastimado a las personas que más quiero. No con ofensas, no con palabras
desagradables; al contrario, con expresiones buenas y sinceras, pero que quizás
también a esas personas les ocasionó un nudo en su garganta. Vos sabés que pido
perdón por eso. Perdón que no sé si conseguiré.
Y hay algo más: siempre sostuve que el día que dejara de suspirar sería
porque estaría muerta. Y creo que estoy dejando de suspirar. Siento que a ese
destino que tanto teje tengo que darle luz verde para convertirme en un témpano
de hielo que resista cualquier indicio de calidez que pretenda derretirlo.
Conocés todo sobre mí. Nunca fui buena para ocultar. Sabés que, pese a
todo, me esforcé por seguir enamorada. ¡Enamorada de la vida! Pero la vida es
mujer ¡y qué mina tan difícil! Lamento si te decepciono, pero estoy dándome por
vencida. Si no me da bolilla, será que tengo que dejarla pasar.
Los que llevo a cuestas son mucho más que un montón de años. Sumamente
agradecida por ese montón más los tres meses y siete días que me permitís
cumplir hoy. Porque mis derrotas y mis tristezas seguramente no superan las de
millones y millones de otras personas. Y mis momentos de alegría y la felicidad
que esos momentos me regalan, seguramente sí lo superan. Así que estoy
sumamente agradecida. Entonces, ¿por qué estoy tan cansada? ¿Por qué veo que ya
no tiene sentido perseverar? ¿Por qué quiero rendirme y a la vez me cuesta
tanto hacerlo?
Mujeres de mi edad –y otras mucho más jóvenes– se preocupan por la
cirugía estética. Yo tengo las arrugas bien puestas, sé por qué están donde
están; así que no me afecta que vivan conmigo. Lo que quiero es una cirugía
para mi alma.
Querido Amigo: sé que a estas alturas debés estar agarrándote la cabeza o
la barba. Si no tenés respuestas para darme, sabré entenderlo. Si algo se te
ocurre, extendeme otra vez tu mano, abrazame con fuerza y no me sueltes. Sé que
tu camino es el único camino. No permitas que, simplemente, lo vea. No permitas
que al pisarlo me desvíe fácilmente. Rodeame de esos instrumentos tuyos que me
ayudan a no perder la fe. En ellos sabré verte y amándolos a ellos seguiré
amándote a Vos. Y permitime a mí también ser un instrumento tuyo para bien de los
demás. No me dejes sola.
PD: La próxima vez que me asaltes con tantos interrogantes, procurá que sea
en otro horario; porque anoche no me permitiste dormir.
Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
Por mi parte, es cierto que estaba extrañando leerte. Además, no sé si las musas te acompañan o te acechan, pero te inspiran bastante bien.
ResponderEliminarMe gusta la carta y sí que las palabras dejan un mensaje, porque doy fe de que varias de las cuestiones planteadas a muchos nos suceden.
Para deleite de muchos, espero que las musas no inspiren solamente tus sueños.
¡Muy bueno! Nunca lo había pensado de esa manera! ahora entiendo por que es tan difícil la vida... me mata esa comparación con la mujer
ResponderEliminarLo que queremos y esperamos llegara a su momento
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ResponderEliminarMuchas gracias.