Se
paró frente al espejo. La primera impresión fue desagradable. Apenas pudo
reconocer su rostro, borroneado en aquella superficie empañada. Tomó la punta
de la toalla con la que había envuelto su cabello y la pasó cuidadosamente por el
cristal delator, descubriendo la imagen que este reflejaba.
La
impresión fue peor. Porque lo que aparecía en aquella superficie, ahora
brillante y sin borrones, no era solamente ella, sino la premonición al desnudo
del resto de su vida. El espejo le ofrecía la realidad más cruel. Los surcos
que el tiempo había trazado sobre su frente y alrededor de sus ojos no le
molestaban. “Así debe ser”, pensaba.
Lo
que la atormentó en la revelación de su rostro fue comprender que ahora, más
que nunca, la esperanza estaba perdida. Ahora que por fin el amor había salido
de su cautiverio, el tiempo le gritaba que él ya no la reconocería.
Por: Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com