pisando firme el colchón de arena;
mira al frente con gestos afables
y me atrae su figura serena.
Siente
en su lomo el calor humano
del
jinete que toma las riendas;es jinete, es amigo, es hermano
y es custodio de sus crines negras.
Bajo
un cielo de algodones grises,
con
andar elegante y ligero,alza el cuello sintiéndose libre
y se apodera del picadero.
Y
aquí viene iniciando el galope,
cortando
el aire con su cabeza;sin suplicarle permiso al viento
su andar alborota polvareda.
Porque
confía en quien bien la lleva,
al
talón del jinete obedece;le susurra, la anima, la frena,
y la yegua feliz retrocede.
Y su
paso hacia atrás, sosegado,
trae
a mí remembranzas de un tango;pies y manos sobre tierra seca
o marcando su huella en el fango.
Orienta
sus orejas al cielo,
yergue
el pecho, percibe, contempla;y el entrañable sol le regala
un haz de luz que se filtra entre ellas.
Al
soltarle las riendas camina
hacia
mí, silenciosa y sumisa;y ante el brillo de enormes luceros
le concedo una tierna caricia.
Me
conmueve la paz que suscitan,
fundidos
en un solo corazón,los latidos de José, el jinete,
y la marcha de la jaca marrón.
A
la voz que le indica el camino
dócilmente
bornea su cuerpo,y meneando las hebras traseras
sale al trote por verde sendero.
Oigo el eco de cascos golpeando…
sinfonía campestre que aviva
los acordes de los eucaliptos
que la esperan sobre la colina.
Entre
aves y aroma de alfalfa
ella
es luz, es color, es la brisa;y es la paz de benditas mañanas
en que el tiempo transcurre sin prisa.
Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
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