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12 ago 2015

Decasílabo para Altaír

Lleva el viento prendido en su cuerpo
pisando firme el colchón de arena;
mira al frente con gestos afables
y me atrae su figura serena.

Siente en su lomo el calor humano
del jinete que toma las riendas;
es jinete, es amigo, es hermano
y es custodio de sus crines negras.

Bajo un cielo de algodones grises,
con andar elegante y ligero,
alza el cuello sintiéndose libre
y se apodera del picadero.

Y aquí viene iniciando el galope,
cortando el aire con su cabeza;
sin suplicarle permiso al viento
su andar alborota polvareda.

Porque confía en quien bien la lleva,
al talón del jinete obedece;
le susurra, la anima, la frena,
y la yegua feliz retrocede.

Y su paso hacia atrás, sosegado,
trae a mí remembranzas de un tango;
pies y manos sobre tierra seca
o marcando su huella en el fango.

Orienta sus orejas al cielo,
yergue el pecho, percibe, contempla;
y el entrañable sol le regala
un haz de luz que se filtra entre ellas.

Al soltarle las riendas camina
hacia mí, silenciosa y sumisa;
y ante el brillo de enormes luceros
le concedo una tierna caricia.

Me conmueve la paz que suscitan,
fundidos en un solo corazón,
los latidos de José, el jinete,
y la marcha de la jaca marrón.

A la voz que le indica el camino
dócilmente bornea su cuerpo,
y meneando las hebras traseras
sale al trote por verde sendero.

Oigo el eco de cascos golpeando…
sinfonía campestre que aviva
los acordes de los eucaliptos
que la esperan sobre la colina.

Entre aves y aroma de alfalfa
ella es luz, es color, es la brisa;
y es la paz de benditas mañanas
en que el tiempo transcurre sin prisa.

Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com 


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