Me pregunto quiénes son algunos
columnistas de opinión que dicen que no hay que opinar, pero igual opinan. ¿No
hay que opinar distinto de lo que ellos piensan? Columnistas que utilizan los
medios de comunicación que les dan cabida para sembrar odio y dividir, aún más,
a la sociedad. Columnistas que tienen el tupé de aclamar que desde el púlpito
se condena, pero no les da la imaginación o el sentido común para ver que el verdadero
condenado es el único realmente sentenciado a muerte: un ser humano inocente
con derecho a nacer.
Si hoy hay mil mujeres que se
someterán a un aborto, y mañana habrá otras mil… y esto les preocupa tanto…
¿por qué, señores columnistas, no emplean su tiempo en alguna tarea más altruista
que fomentar la legalización del aborto, como, por ejemplo, ofrecer su servicio
voluntario para “servir y acompañar” a las mujeres embarazadas víctimas de
violación? ¿Por qué no utilizan su tiempo en hacerles ver a esas mujeres que el
ser humano gestado está en su cuerpo pero no es parte de él; no es un tumor
extirpable o un exceso de grasa que se puede eliminar con liposucción?
Nuestras opiniones sobre el aborto
son tan inútiles como lo es debatir el tema en la sala de un congreso. No
porque no importen la libre expresión y el debate democrático, sino porque hay
cuestiones que hoy ya no deberían ponerse sobre el tapete. El gato tiene cuatro
patas. Si le buscamos la quinta pata, no la encontramos y, si la encontráramos,
lo que tendríamos sería un gato defectuoso. Lo mismo ocurre si nos sentamos a
legislar sobre la despenalización de un homicidio. Y lo llamo homicidio porque
si hasta hace unos años quedaban dudas acerca de la condición humana de un feto
en el mismísimo momento de la concepción, hoy la ciencia ha demostrado
fehacientemente que cuando un óvulo y un espermatozoide se unen hay una vida
nueva. Una vida nueva que no es ni de quien puso el espermatozoide ni de quien
puso el óvulo. De la misma manera que ese ser tendrá al momento de nacer unas
huellas digitales totalmente diferentes a las de sus progenitores, ya en el
momento de la concepción carga con un código genético propio y distinto, lo que
lo hace, sin duda alguna, un nuevo ser humano.
No todos somos asesinos. No todos
vamos por la vida tratando de exterminar lo que se presenta a nuestro paso.
Muchos tenemos principios, que son llamados así porque están primero,
antes que cualquier otra ley que pueda ser impuesta. Parten de la moral, del
espíritu, y rigen nuestro pensamiento y nuestra conducta.
Sobre la base de estos principios es
que, por ejemplo, menguamos la velocidad del automóvil que conducimos cuando en
la oscuridad de la noche vemos una sombra y no distinguimos qué es.
Desaceleramos o clavamos los frenos porque puede tratarse de una vida. Hacemos
lo mismo cuando por una calle de barrio se nos cruza, de golpe, una pelota de
fútbol. El primer reflejo, lo primero que viene a nuestra mente, es que detrás
de ese balón puede aparecer un ser humano. En definitiva, si no andamos por el
mundo como asesinos descarriados, sino como seres con principios, siempre vamos
cuidando vidas.
Y si ya la ciencia demostró que en el
vientre materno está existiendo y “siendo” un ser humano, y si también demostró
que “pedirá” salir de ese vientre no cuando la embarazada esté lista para
soltarlo sino cuando él lo esté, me pregunto por qué es tan difícil cuidar esa
vida de la misma manera que cuidamos a otras.
Y algunos aceptarán que eso está muy
claro, que el tema ahora es otro, y arrojarán sus dardos con la legalización
del aborto en caso de embarazo por violación. Parece que solamente ven el trastorno
del embarazo no deseado, sin ver que, ante todo, no hay mujer alguna que desee
ser violada. Lo más duro de sobrellevar de por vida no es el período de nueve
meses de embarazo. Lo realmente difícil, imposible de olvidar, es la violación.
Entonces, ¿por qué hacer pagar a un inocente la culpa de un delito que no
cometió? ¿Y por qué facilitar a una madre el arma para un asesinato —una ley—
con la que terminará con dos vidas? (Está probado que las secuelas resultantes
de la práctica del aborto no sanan jamás. Las mujeres que cargan con esto en su
conciencia viven un infierno hasta el final de sus vidas. Muchas de ellas,
imposibilitadas de superarlo psíquica y emocionalmente, intentan el suicidio).
Y levantarán su voz, también,
aquellos detractores de pacotilla de religiones —sobre todo de la fe católica—,
y pseudodefensores de la niñez, diciendo que “tanto ruido se hace por salvar la
vida de un inocente que aún no ha nacido y nadie se ocupa de la niñez que muere
de hambre, de frío o como consecuencia de la inseguridad a nivel mundial”.
Detractores de pacotilla que,
generalmente, se autodenominan ateos o
agnósticos y se escudan en esos términos encubriendo un fanatismo
antirreligioso tal que si a la Iglesia se le ocurriera abandonar su moral y
unirse a la ola abortista, seguramente se volcarían en contra y comenzarían a
defender, por fin, la vida. Pseudodefensores de la niñez porque cuando arden
las llamas entre el aborto sí o el aborto no, se acuerdan de tantos niños
necesitados de quienes nadie se ocupa; pero son incapaces de renunciar a su
plato de comida para alimentar, aunque solo sea por una vez, a un chico sin
hogar, sin pan, sin cariño.
¿Qué creo? Creo en defender la vida
¡siempre! Matar a un niño de hambre, de frío, por adicciones o matarlo antes de
darlo a luz, es cometer homicidio. Y las leyes deben hacerse resguardando la
vida en todos los casos. Si la niñez está corriendo peligro en las calles, hay
que tomar medidas para que el riesgo desaparezca. Si los hogares de tránsito
están abarrotados de niños que esperan padres adoptivos, tomar medidas para
agilizar los trámites y puedan insertarse en una familia antes de llegar a la
mayoría de edad. Legislar a conciencia sobre el derecho a la vida, sí. Pero no
sentarse a legislar sobre el derecho a la muerte. No puede convertirse en legal
aquello que no es legítimo. No se puede legislar sobre aquello que está antes
(principio) y por encima del orden jurídico. No hay manera de legalizar aquello
que ni siquiera debería entrar en debate. Desde el punto de vista moral, no es
admisible sentarse a debatir si se legaliza lo inmoral.
Por Zulema Aimar Caballero
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