El trabajo dignifica. A través del
trabajo remunerado recibimos una paga por haber servido adecuadamente a la
persona o a la empresa que nos ha contratado. Por medio del trabajo voluntario
recibimos la gratificación personal por haber servido, por haber dado nuestro
tiempo y esfuerzo sin esperar una compensación a cambio. Pero cuando el trabajo es esclavo no dignifica
a nadie.
Y, lamentablemente, existen innumerables
casos de personas y empresas que contratan a gente a la que no le pagan, demoran
semanas en sus pagos o dan unos billetes con cuentagotas, haciendo sentir al trabajador
que está recibiendo una limosna.
Como todos, el obrero tiene necesidades
que satisfacer y obligaciones que cumplir para él y para su familia: alimento,
vestimenta, pasajes en medios de transporte, alquiler de vivienda. Un atraso en
el pago de su alquiler le hace incurrir en mora y poner en riesgo el techo para
su familia. Por no calificar para un préstamo en una institución bancaria,
muchas veces recurre a usureros y, con esto, se hunde cada vez más en un pozo
del que se le hace imposible emerger.
Hoy, a pocos días de la Navidad, fecha
en la que en ningún hogar debería faltar un plato de comida y la paz para
recibir al Niño Dios con un corazón esperanzado, hay empresas que les deben a
sus trabajadores varias semanas de jornales. Tengo conocimiento cercano de
empresas dedicadas a la construcción que están obrando de esta manera. Mantienen
a los obreros engañados, con la promesa de que cobrarán un día y, cuando llega
el día, les ponen excusas que nada tienen que ver con el trabajador: que han
tenido algunos problemas con el banco, que la municipalidad que contrató el servicio
demora en pagarles, y así, una lista de ridículas razones ajenas al trabajador.
Son mentirosos, son abusadores, son malas empresas con administradores indeseables.
Habría que hacerles el monumento a los caraduras. El día que se les ocurre, dan
algo de dinero a los trabajadores y tienen el tupé de decirles que es un
adelanto. ¿Adelanto??? Les deben tres semanas de trabajo y dicen que les “adelantan”
algo. Y los obreros callan, porque levantar la voz es sinónimo de ser
despedidos y perder la esperanza de que, en algún momento, se les pague lo que
les deben.
En el Perú se construye. Mentira.
Nada puede llamarse construcción si en el proceso se destruye a las personas.
En el Perú se edifica. Es mentira cuando hay faraones que usan fuerza laboral en
condiciones similares a la esclavitud. Edificar no es jactarse de poner
ladrillo sobre ladrillo a cualquier costo, porque ese costo es la dignidad
humana. El Perú avanza. Mentira. Avanzan unos pocos, los que pueden darse el
lujo de abrirse camino pisoteando a quienes son más vulnerables. Esto no es un
país que avanza. Al contrario; es un país en evidente retroceso a fases de
sumisión. No es evolución; es una evidente involución.
Uno de los casos cercanos tiene que
ver con una empresa que está remodelando parques en el distrito de San Isidro.
Me pregunto: si la empresa ganó una licitación, ¿quién se ocupó de verificar
que se trataba de una empresa solvente, capaz de cumplir con su obligación de
pagar los salarios justos y a tiempo a los obreros? Si el que tiene “problemas”
es el Gobierno municipal, ¿quién se ocupa de controlar sus fondos y la debida
administración de estos? ¿Por qué los obreros temen levantar su voz? ¿Para qué
existe el sindicato? ¿Solamente para que unos pocos se sigan
llenando los bolsillos, yendo de obra en obra, como zánganos recolectando regalías, viviendo a costa
de los trabajadores? ¿Y el Ministerio de Trabajo? ¿Existe realmente o es un
holograma?
Cuántas cosas habría que remediar
antes de divulgar auspiciosos eslóganes institucionales. Habrá excepciones,
pero en gran cantidad de casos construir, crecer, avanzar, progresar… a pocos
días de celebrar la Navidad es, para muchísimos trabajadores solamente una gran
hipocresía.
Por Zulema Aimar Caballerozulebm@hotmail.com