Estuve
sentada frente a la pantalla de mi computadora durante muchos minutos, sin
ponerme de acuerdo conmigo misma sobre cómo comenzar a escribir esto que sé,
que dependiendo de quién lo lea, será un artículo más, una carta abierta, una
solicitada o una estupidez. Y comienzo a escribir creyendo que, como todos,
también yo tengo el derecho de ejercer mi libertad de expresión. Me disculpo de
antemano, si con alguna de mis palabras hiero alguien, ya que no quiero caer en
lo que yo misma critico. A la vez, reconozco que escribo desde mi propia
indignación y que, probablemente, también sea la misma indignación de otros.
No
soy una puritana, no salgo a la calle a dar lecciones de moralidad ni me erijo
en jueza de las acciones de los demás. Más bien, reconozco que muchas veces
hubo y hay quien me hace ver que estoy confundida, desorientada o equivocada.
Para
algunos soy moderna, para otros bastante arcaica. Sin embargo, cuando se trata
de principios, no creo que estos adjetivos tengan lugar, ya que los principios trascienden
el reloj solar, el de cuerda o cualquier otro. Mucho más que al reloj, los
principios obedecen a la brújula.
¿A
dónde voy con todo esto? Al distrito de Miraflores, en Lima, Perú. El Municipio
ha “embanderado” sus calles con propaganda que hace culto a la más vil
corriente feminista y sus ideologías que son movidas, como se ha podido ver en
los últimos tiempos, por una maquinaria perversa que convoca a la violencia, a
la mentira, a la degradación de la mujer y a la devastación de la dignidad
humana.
Seguramente,
el alcalde se amparará tras el escudo de la democracia y de la libertad de
expresión, olvidando que la libertad de uno termina donde comienza la del otro.
Y esa línea tácita existe, porque todos sabemos que la guerra y la paz no
conviven, como no conviven la caridad y el egoísmo, el amor y el odio, la vida
y la muerte, por dar algunos ejemplos.
Cuando
veo lo que las personas somos capaces de hacer en nombre de la libertad de
expresión, recuerdo algunos conceptos del papa Francisco: «Cada uno no solo
tiene la libertad sino también el derecho y la obligación de decir lo que
piensa para ayudar al bien común. ¡La obligación! Pensemos, si un legislador o
senador no señala el camino que considera correcto, entonces no colabora con el
bien común. Tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener esa
libertad, pero sin ofender …».
Qué
mente tan despierta y abierta la del Papa. Con tan pocas palabras puede enseñar
tanto. Lamentablemente, buena parte de este mundo parece poner punto a sus
oraciones antes de que estas terminen. Libertad, derecho y obligación, pero
¡para ayudar al bien común! Señalar el camino correcto… ¡para colaborar al bien
común! Hablar abiertamente, pero ¡sin ofender!
Los
afiches que hoy se ven en Miraflores son todo lo contrario a esta enseñanza:
son ofensivos para una mayoría a la que generalmente se tilda de ‘intolerante’.
Pero es esta mayoría intolerante la que está obligada a tolerar lo que venga. Qué
ironía, ¿no? Son imágenes provocadoras, no porque inciten a desacuerdos y
discusiones, sino porque incitan a la violencia. «Uno no debe provocar», dice
el Papa. Y, parafraseándolo, digo que la fe, la ideología, el pensamiento y el
sentimiento de las personas tienen dignidad. Cada punto de vista diferente debe
respetar a la vida humana, al ser humano. «Ese es el límite».
Me
llama poderosamente la atención, y me pregunto cómo un alcalde que ha sido
honrado con tantos premios por las bondades de su gestión ha dado espacio —y ha
dado lugar nada menos que en un espacio público— a semejante muestra “artística”,
agresiva se mire por donde se mire. El alcalde, Jorge Muñoz, recibió en el año
2014 un premio internacional por el programa “Ciudad de los Niños de Miraflores”,
al que se ha considerado una iniciativa innovadora por tener en cuenta la
opinión de los niños en la construcción de políticas públicas. Estos niños, hoy
observan los carteles regados por toda la ciudad y tienen unas cuantas
preguntas para hacerle al alcalde.
A
esos niños, puedo decirles que esas figuras tan violentas que ven en los
afiches no son la mamá, la hermana, la amiga que todos quisiéramos tener ni las
que todas quisiéramos ser. No representan a todas las mujeres del Planeta. Ese
brazo levantado agresivamente y tatuado con la palabra ‘CONTROL’ no es el brazo
de la mujer empoderada. El empoderamiento no aparece de la nada con un
estallido de violencia. La mujer se empodera con el trabajo arduo y amoroso en
su hogar, se empodera con su inteligencia y con su labor, ya sea limpiando las
calles de la ciudad o ejerciendo la gerencia de una empresa, se empodera
reconociéndose tan humana como cualquier otro ser humano y no por encima de él.
Se empodera aceptando las diferencias lógicas con respecto a sus pares y
mediante acciones orientadas siempre hacia el bien, siempre dignas y que puedan
ser siempre ejemplares. Se empodera a través de acciones femeninas y no
feministas; se empodera con acciones respetuosas.
Parece
que la Municipalidad de Miraflores hizo un intento por cancelar la muestra,
pero ante comentarios adversos, se dio rienda suelta al “arte”. Pues ahora los
comentarios siguen siendo adversos. Porque los “intolerantes” que estamos
obligados a tolerar esto, también tenemos voz. Claro, no salimos con palos a destrozar
vidrieras, pero tenemos voz.
Del señor
alcalde, algo me sorprende, porque personas que lo conocen siempre me han
hablado sobre él con elogios por su capacidad y su sensatez. Tengo entendido
que ha estudiado en una escuela y en una universidad católicas, en las que le
habrán inculcado sobre el valor de la vida. La defensa del aborto —explícita en algunos de
los afiches— contradice el derecho
fundamental de la vida y principios éticos fundamentales como el de moralidad,
de vida y de humanidad. Pero no me sorprende totalmente, porque si hay algo que
aprendí es que la hipocresía puede vivir camuflada justo a nuestro lado.
Todos
cometemos errores. Ojalá —si es que hoy el señor Jorge Muñoz considera que ha
cometido un error— recapacite y pueda encontrar la manera de retirar de las
calles de su ciudad estas imágenes tan ofensivas para la dignidad humana. Quizás
encontraría un buen respaldo en el Artículo 19, inciso 4 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos: «Los espectáculos públicos pueden ser
sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el
acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia». Creo
que le irá muy bien si se dispone a pregonar, para comenzar, con el principio
ético de la moralidad: hacer el bien y evitar el mal.
Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
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