se apagan los faros de la Ciudad de las Luces.
y como si fuera el caos de su Guernica
se desgarra en el pánico, se quiebra, sucumbe.
Estira
sus brazos la mole de hierro,
contemplando
a los hijos de la ciudad antigua; sin poder abrazarlos ni quitarles el miedo,
solo llora a sus vástagos la gran parisina.
En
las calles en llamas Dios se conmueve
ante
una muestra patente de miseria humana; sentencia a Luzbel encarnado en los crueles:
«No existe Dios que perdone conciencia malsana».
Pánico
ardiente, impotencia, desconsuelo,
angustia,
desesperanza, profundo dolor, desnudez de ánimas que dejan su cuerpo,
nuevos mártires que irán a purgar solo horror.
Se
ha inundado el cielo de pólvora fría,
Se
han muerto los nidos de Les Champs Élysées ¿por qué es tan difícil la paz y la vida?
cualquier odio envenena, la guerra también.
Y
en la triste escena del último acto
en
la ciudad en vela, entre llanto y oración, junto a Dios, de rodillas, sin voz y sin canto,
deja caer sus lágrimas el amado Gorrión.
Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
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