«Hoy no irás», le ordenan.
Y, entonces, él me observa, turbado,
desde el oráculo que lo apresa.
La noche fría se alarga y se torna helada
y un coro de flemáticas estrellas
comienza a susurrar un canto monótono.
Y es lo único que oigo,
porque aquí no hay grillos ni ranas,
ni río que arrulla ni viento que silba,
ni ramas de árboles que se aman.
Pasan las horas y miles de pensamientos
cruzan por mi cabeza velozmente
como si activaran, en cuestión de segundos,
una montaña rusa interminable.
Cierro los ojos y los aprieto con fuerza,
mientras intento concentrarme con firmeza
solamente en las cuentas de mi rosario.
Y entre ahora y en la hora de nuestra muerte
es cuando más te extraño y más me desvela el recuerdo,
y te siento besando mi frente y dándome tus caricias
como lo hacías hace ya tanto tiempo, madre mía.
Por Zulema Aimar Caballero
zulebm@hotmail.com
Sentidos versos libres, inspirados por el insomnio pero también por el inmenso amor. ¿Qué puedo decir? Solamente que imagino tus ojitos tristes.
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