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22 jun 2010

Como las olas

Ella tuvo un mal día. A decir verdad, tuvo malas semanas, pésimos meses y, cuando por fin creyó que su vida empezaba a acomodarse, él llegó como en muchas otras oportunidades.
Ella se preparó para lo peor, porque reconocía el ruido de la llave en la cerradura. Cuando llegaba alterado, demoraba en embocar la llave y sacudía el picaporte hacia arriba y abajo violentamente.
Ella comenzó a temblar, pero no se movió de la silla que la mantenía frente a su diario íntimo.
Él abrió la puerta, entró, la cerró de un portazo con su pie y la aseguró con el cerrojo. Observó por la mirilla a fin de cerciorarse de que en el palier no había nadie.
Ella lo vio acercarse y lo miró con ojos suplicantes, pero él apoyó sobre la mesa el maletín negro, la llave del automóvil y la botella de güisqui que acababa de comprar y aun conservaba el envoltorio de la licorería. Se paró frente a ella y levantó enérgicamente su brazo. Sin decir palabra despachó su ira contra la persona a quien decía amar. Luego se perdió por el pasillo que llevaba a su dormitorio.
Ella pudo llegar hasta el sillón de la sala y allí permaneció hasta que por fin el sueño la venció. Despertó cerca de las diez de la mañana. Soportando el dolor de sus huesos caminó lentamente hasta la habitación, aquella que tiempo atrás había cobijado horas de continuo amor. Sobre la mesa de noche estaba la botella de güisqui vacía. La cama era un revoltijo de sábanas. Él no estaba. Tampoco su llavero de la casa, ni las llaves del auto, ni su maletín. Abrió el closet y no vio el bolso de viaje. Él había empacado algo de ropa.
Ella respiró por un segundo con cierto alivio. Fue hasta el cuarto de baño, vio en el espejo el reflejo de su rostro castigado y, como tantas otras veces, demoró en reconocerse a sí misma. Limpió la sangre de una herida y refrescó con agua su cara morada. Del botiquín tomó un frasco con píldoras. Luego entró a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Caminó hasta el sillón de la sala y se sentó con la convicción de tragar las veinte píldoras del frasco. Alguien golpeó la puerta y de muy mala gana se levantó para atender.
Una voz dijo: “Soy tu vecino de arriba. No abras ahora si no quieres. Puedo imaginar en qué estado te encuentras. Es una hermosa mañana de domingo y te llevaré a pasear. Pasaré por ti en una hora. Mi auto tiene vidrios oscuros, nadie te verá, excepto yo. Puedes confiar en mí”.
Sin decir palabra, ella acercó su ojo a la mirilla. Por unos segundos, él se quedó esperando una respuesta. Luego insistió: “Vendré por ti”, y se fue.
Ella miró el frasco de píldoras. Ya no estaba decidida a ingerirlas. Pensó si estaría soñando o si aquella persona que parecía saberlo todo sería su ángel de la guarda. Fue hasta el botiquín y dejó ahí el frasco. Buscó en el viejo ropero una blusa y un pantalón vaquero y se vistió. Cepilló su cabello y en vano intentó disimular con una pomada las marcas moradas de su rostro.
Volvió a sentarse en aquel sillón que parecía acostumbrado a sostener ese cuerpo fofo y casi moribundo. Recostó su cabeza y se quedó inmóvil viendo una araña que tejía su tela en el techo. Pensó: “No la molestaré. Que viva su vida”. Levantó sus brazos y observó sus manos envejecidas a la fuerza, ásperas y con telarañas de la edad que se le había caído encima. Una lágrima se deslizó desde su ojo y rodó hasta perderse en su cuello. Con una mano secó el húmedo surco que aquella gotita había marcado. Cerró los ojos y esperó.
Unos minutos después llamaron a la puerta. Era su vecino de arriba. Apenas abrió, él extendió su mano y le entregó una rosa pálida. Ella la aceptó agachando la cabeza, tratando de esconder en ese gesto su timidez, la vergüenza por la situación que atravesaba y la fealdad de su rostro maltratado.
“No debes temer”, dijo él. “Soy solamente un vecino. Necesitas un amigo, tanto como yo necesito una buena amiga. Te llevaré a ver el mar”. Ella asintió sin levantar la mirada. Subieron al automóvil y en no más de quince minutos él detuvo el auto en un rincón solitario de la costa, desde donde el inmenso océano llenaba la vista y el alma de cualquiera que se parara frente a él.
“Mira”, le dijo. Y fue la primera vez que ella levantó la mirada, contemplando el infinito. Era tan maravilloso el espectáculo que se presentaba ante sus ojos que, olvidando su apariencia, se quitó las gafas oscuras para apreciarlo en su aspecto real. Luego se volvió hacia él y preguntó: “¿Qué sabes de mí?” Él respondió: “Todo lo que las paredes cuentan y lo que dicen tus ojos cuando nos cruzamos en el ascensor del edificio. Tienes que entender que no eres tú quien debe sentir vergüenza. Por tu bien, saca fuerzas de donde sea para poner fin a lo que estás padeciendo”.
Ella lloró y quiso ponerse de nuevo los anteojos, pero él le tomó la mano, diciendo: “Vuelve a mirar. Así, como el mar, es nuestra vida. Tenemos los mejores momentos, en los que nos sentimos realmente dueños de la vida, la gozamos, la vivimos plenamente, le sonreímos porque nos sonríe. Y cuando estamos allí arriba, seguros de todo, caemos precipitadamente, nos golpeamos, quedamos desarmados, destruidos. Somos agua que forma olas, igual que el mar. En el mejor momento, la cresta más alta cae con tanta fuerza que al bajar se golpea con las piedras, una y otra vez, dejando sólo partículas de lo que fue. Pero luego, el mismo empuje que da el dolor, saca las partículas a flote hasta formar nuevamente una ola. ¿Comprendes?”
Ella asintió con la cabeza y él agregó: “Si te golpeas contra las piedras aun puedes vencer el dolor y salir adelante. No te escurras en la arena, sal a flote como las olas”.
Permanecieron en silencio un buen rato. Él la invitó a caminar por la costanera en aquel paraíso solitario y ella aceptó. Él logró que ella hablara. Ella logró comenzar a curar su corazón herido y descubrir en este vecino el valor de la amistad.

Por: Zulema Aimar Caballero

5 comentarios:

  1. Elvio Bautista escribió:
    Sólo una palabra para calificar el relato: estupendo.

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  2. alicia marí escribió:
    bueno.... en realidad solo lo movio la amistad?????????? parece muy naif, bah no se , me cuesta mucho pensar en ese tipo de amistad, sin interes de por medio, salvo que a el lo haya movido el dolor de ella y la haya querido sacar de eso.... besitos- alicia

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  3. Decio Aliaga Araujo escribió:
    Solamente una referencia: Si lo que escribes no es tedioso, entonces no es trivial, lo cual significa UNA FILOSOFIA DE VIDA.
    Y eso es lo que tu haces Shule.

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  4. Gladys Alba María Caballero escribió:
    Muy bueno el relato.
    Seguro que existe la amistad que le propone el vecino sin importar si lo conmovió el dolor de ella o su propia soledad. Él lo dice claramente los dos necesitaban un amigo.
    El cuento es muy triste. Toca una realidad más frecuente que lo que muchos imaginan. Lamentablemente las piedras que destruyen las olas suelen estar ocultas entre paredes.
    La fantasía del cuento, vista desde mi experiencia laboral, es la suerte que tuvo ella de que "semajante hombre" desapareciera así como así. Ojalá que en la parte que los escritores dejan librada a la imaginación del lector, este señor no haya regresado nunca más.

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  5. Gracias a todos por sus comentarios, que siempre son enriquecedores, tanto los que vuelcan aquí como los que recibo vía e-mail.
    Gracias, Decio, por tus palabras y por haberte sumado a mi red.

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Comentarios: